Sobre el final del milenio pasado, Babasonicos sacó Miami, uno de los discos más excepcionales de su carrera. Pero Sony no les brindaba un apoyo acorde al runrún que generaban, a sus giras internacionales, su demanda local y su singularidad absoluta. Como tantas otras veces, el grupo aprovechó la confusión para reestablecerse como "banda sin contrato", una narrativa que les inyectó sentido de supervivencia entre la partida de su mánager Cosme y de su dj Peggyn, la caída del acuerdo con la multinacional y el rumbo al que se dirigía el país. Una etapa clave para que la banda alcanzara la estatura legendaria que va a volver a revalidar este fin de año, con dos fechas en Ferro, 6 y 7 de diciembre.
Desde esa ontología del trabajo –y antes de asociarse con PopArt durante la era Jessico– tomaron una decisión cuentapropista que para el tecladista Diego Tuñón estuvo entre las mejores de la carrera del grupo: agarrar esos temas preservados, apartados, que habían hecho y no habían usado en sus discos de los '90, meterlos en CDs con el concepto de lados B y venderlos en los shows. Así no sólo maximizaron la ganancia al cortar intermediarios sino que pudieron establecer un delivery de recuerdos para sus fanáticos, con estos souvenires discográficos llenos de outtakes o de rarezas.
Según cuenta la banda en el libro Arrogante rock, conversaciones con Babasonicos, de Roque Casciero, estos discos en algún punto "piratas", pero manufacturados y traficados por la propia banda por intermedio de su sello Bultaco, les dieron la primera plata grande de su carrera. Fueron unos 10 mil dólares que usaron para construir en Tortuguitas, en la casa de Adrián Dárgelos, el estudio en el que grabarían Jessico, el mejor álbum argentino de 2001 y de la década del 2000 –y, para mí, el mejor del milenio–.
El baterista Panza Castellano se puso al hombro esas ediciones. Compiló los discos, armó las gráficas, los mandó a fabricar y los repartió por las disquerías, otra boca de expendio que se sumó a la de los shows. El estándar de estas ediciones era bastante rústico: discos artesanales e inmediatos, tanto en su materialidad como en su contenido, con poco retrabajo sobre la grabación, casi nula postproducción y escasas huevadas en el arte de tapa (salvo la lentejuela azulada que venía dentro de la caja de Vedette).

Vórtice marxista, con esa espiral celeste con la cara de Karl Marx difuminada en el centro, contenía temas descartados de Pasto, Trance zomba y Dopadromo, sus primeros tres discos, respectivamente de 1992, 1994 y 1996. El Babasonicos de la psicodelia pesada, el hardcore rap, el humor pop, adolescente, televisivo y suburbano, y una oscuridad tensada contra las épicas juveniles de los deportes extremos, la experimentación enteógena y el bardo con amigos.
Vedette, con esa rubia motorizada con gafas, traía los que no terminaron usando de las sesiones de Babasónica. Una galería de canciones tal vez demasiado "glam" o luminosas si se las compara con el tono más beligerante y oscurantista del disco oficial: en Babasónica estaba todo re mal, guacho.
Y Groncho, con esa imagen urbana de cornisas, marquesinas y cúpulas, venía con temas colgados de la realización de Miami. El mismo concepto de palestra de personajes y situaciones del fin de la Argentina primermundista de los '90, pero con un tratamiento más relajado, en canciones paralelas que montan un laboratorio de climas y de voces de cara al futuro inmediato del grupo.

Vórtice marxista
El pionero en circular fue Vórtice marxista, con una primera edición con 8 temas en 1998 y una reedición ampliada a 11 tracks en el 2000, cuando salieron los otros dos. Es un compilado de temas de los primeros cinco años de la banda, dejados fuera de sus primeros tres discos. Si bien en el conjunto mantienen cierto tono oscuro, psicodélico y pesado, en lo puntual cada tema muestra intenciones disonantes con sus discos de base, o una calidad subpar. Temas tal vez un poco desenfocados, blureados, con los ojos pegoteados, las gargantas rasposas y los músculos tibios.
Vórtice marxista arranca con "Larga siesta", "Fioritos" y "Antonio Fargas", los tres con una estructura similar, con un "descanso" psicodélico apenas pasada la mitad de la canción. Una primitiva fórmula babasónica interrumpida por "La muerte es mujer", un tema casi devocional –"Oh Dios, no puedo creer que lave sus pies en mi charco y que luego me mire y que se peine así"–, compuesto por uno de mis tándems favoritos entre de los que se armaron en Babasonicos en sus 33 años de carrera: el de Tuñón/Dárgelos.

También hay mucho de regodeo en la geografía y la genealogía del conurbano picante de los '90s, con barrios transformados en plataformas para el delirio ciudadano, como Chingolo convertido en monte mítico ("Chingolo Zenith") o la épica de los "Fioritos". Y también una vocación indudable por las luminarias del cine y la tele, puntualmente los personajes secundarios o un poco desclasados. "Antonio Fargas" es el Huggy Bear de Starsky & Hutch, por ejemplo; pero también está "Los clonos de J.T.", que se referencia en John Travolta y Fiebre de sábado por la noche.
El combo se completa con menciones al porro ("Arma otro, que el camino se me hace más corto"), pedales wah-wah, percusiones de instrumentos pequeños como bongoes o maracas, hardcore de la escuela calma/furia/calma/furia ("Forajidos de siempre") y un cierre con cuatro tracks bien particulares. El que daba fin al disco original, "Cerebros en su tinta", con 10 minutos de ensoñación deforme babasónica. Y los agregados de "Traicionero", un tema instrumental muy cinematográfico de la época de Dopadromo, compuesto por Peggyn; de "Fórmica", también circa Dopadromo, pero firmado por Tuñón y con un marcado espíritu drum & bass; y de "Bananeado", de la época de Trance zomba, un tema entre chicano y alternativo, onda Illya Kuryaki and the Valderramas y también línea Capusotto, consagrado a las psicodelias vegetales.

Vedette
Vedette salió en el 2000 pero trae temas grabados entre 1996 y 1997, outtakes de Babasónica que residualmente también continuaban la propuesta de Dopadromo. Los dos discos habían planteado escenarios de Bien vs Mal y luz contra oscuridad, que Dárgelos seguiría recorriendo a lo largo de las tres décadas de Babasonicos. Si Vórtice Marxista reciclaba la psicodelia espesa de los primeros años, Vedette muestra una contracara melódica y "glam" de ese mambo. Hay guitarras acústicas y letras más afectivas, pero siempre con la vuelta babasónica: un wording retorcido, referencias fashion, sátira social, suburbio y delirio.
El CD arranca muy tranquilo con "Dopamina", un track no muy trascendente aunque suelta lindas frases –"Los guardianes del crepúsculo saben de mi padecer, me aconsejan despegar mi nave a tiempo y desde el aire saludar!–. Luego, "Muchacha magnética" se sube a esa saga de iteraciones de temas rockeros que Babasonicos sigue intentando en cada álbum. "Su auto dejó de funcionar" apela por lo más próximo, lo nuclear, en un formato casi unplugged. "La hiedra crece" se desenvuelve lentamente, "Italia 2000" es un instrumental liviano, "Vórtice" un rock intenso e "YSL" nos ofrece un cinematográfico marco sonoro para la agente secreta coqueta.

"Sé que los malos viven más y la pasan mejor que el común del hombre", canta Dárgelos en "Bandido", una de mis favoritas de este disco. También me gusta conectar "Chupa gas" con el decadentismo francés, y nunca no voy a disfrutar de leer el título y escuchar la categórica "Careta de Acassuso". Como siempre, acá, allá y en todos los discos, más refes al porro: "Yo no soy un santo, no fumes cosas raras, no sabes qué te pueden convidar". Sobre el cierre, "La salamandra" y "Arenas movedizas" sufren de lo mismo: su propia naturaleza serpenteante hace que no se termine de definir qué clase de canción quieren ser.
Esto tiene todo el sentido si tomamos en cuenta que estos discos son, pese a lo hermoso de algunas de sus canciones, álbumes de descartes de las obras centrales que fueron dándole un sentido, una identidad y un temple a la primera parte de Babasonicos, un pentágono espectacular que va de Pasto ('92) a Trance zomba ('94) a Dopadromo ('96) a Babasónica ('97) y a Miami ('99).

Groncho
Groncho tuvo el mínimo recorrido entre la composición y grabación de estos temas en 1999, su destino ajeno al disco Miami, y el rescate de mediados del 2000. Llega justo después del fin del contrato con Sony, con la banda sin acuerdo discográfico y en el contexto de la crisis económica y financiera argentina que desembocaría en los hechos de diciembre de 2001.
El sonido de Groncho y la naturaleza más climática de las canciones están un poco más alineados y definidos, ayudados también por el recorte en la cantidad de canciones a sólo 9 (ante las 11 y 12 de los lados B previos). Y hay tal vez una identidad más clara en el conjunto, ayudado por una gráfica que reforzaba el contraste: si Miami es, por definición, playas y shoppings; entonces lo "groncho" que se opone a eso son las estructuras de concreto con humedad, los marcos de ventanas chorreando óxido, los dibujos pedorros en marquesinas publicitarias desvencijadas, las iglesias omnipresentes en el subtexto social.

Canciones como "Pop Silvia" o "Clase gata" hacen ligeros statements acerca del culto social por los "ricos y famosos", apuntalado fuertemente por los medios masivos de comunicación. Donde tal vez en otros discos (oficiales o paralelos) hay una épica del bajofondo, en el combo de Miami + Groncho aparecen las dinámicas de una decadencia desarrollándose bien debajo de los reflectores. Y para entrar en ese mambo, este último lado B de los '90 abre con un tándem de temas que plantean un black out necesario ante la urgencia del cambio de milenio ("Pon tu mente en blanco", en "Demasiado"; "Nervios off" en "La pincheta").
"El subito" es otro de mis tracks favoritos de esa época babasónica, sin discriminar entre temas oficiales y suboficiales. "Dame más memoria para recordar la libertad cuando no la tengo", pide Adrián, y también: "No me hieras a mí porque te hieres; ayuda". Enseguida viene uno de los temas más simpáticos, "Promotora"; luego "Pavadas" con su onda a Madchester; y ahí nomás "Pop Silvia", una canción mínima cantada por el guitarrista Mariano Roger. El cierre es otra vez instrumental, con "Boogie boutique", casi un homenaje del grupo a los soundtracks.