En los 47 kilómetros cuadrados que ocupa la zona de exclusión de Chernobyl viven alrededor de 700 perros. Al parecer, algunos canes se volvieron azules en las últimas semanas porque tuvieron contacto con químicos o pigmentos. Como sea, venía con ganas de escribir sobre Bluey, la serie animada australiana sobre una perrita blue heeler y su familia, y esta noticia cayó justo. La primera vez que mi hija me pidió ver Bluey, supuse que se refería a Las pistas de Blue y le puse un capítulo del perro detective. Menosprecié su precisión, y ella reivindicó con total claridad: "Ése es Blue; no es Bluey, papi". Así que miré con ella lo que ella quería mirar.
Lo que vi me gustó enseguida; me entretuvo, me pareció adecuado y realmente bonito. Distinto a la mayoría de las animaciones para infancias que son hits mainstream globales, donde la fórmula general es de canciones infantiles gritadas con voces chirriantes, contrastes gráficos imposibles y un montaje frenético de cortes rapidísimos. La norma es la falopa visual para preescolares, de algún modo "cartelizada" porque muchos de esos programas salen de unas pocas compañías, siendo la de mayor alcance Moonbug Entertainment, casa de Cocomelon, Blippi y Little Angel. Al contrario, lo que encontré en Bluey fue una serie animada que no trataba a mi hija de idiota.
No lo sabía entonces pero ese año –2023– Bluey sería la segunda serie por streaming más vista en Estados Unidos (sólo por detrás de Suits); y al siguiente, en 2024, la primera. Tampoco sabía que la IP valía más de 2000 millones de dólares ni que representaba un tercio del total de visualizaciones de series y TV en Disney+. Nada sabía sobre su origen en la TV pública australiana ni del genio de un sólo tipo, el australiano Joe Brumm, un padre (de dos pibas) cansado, muchas veces insuficiente para la tarea, pero con agencia para paternar.
Sobre qué trata Bluey
Bluey se centra en la familia Heeler, integrada por la protagonista Bluey, su hermanita Bingo, su papá Bandit y su mamá Chilli. Los Heeler son una familia tipo, más que una tradicional. Por empezar, no son personajes humanos sino caninos basados en los perros blue heeler, criados en Australia desde el siglo XIX y entrenados para arrear ganado, que en su momento se exportaban a la Europa agropecuaria. De hecho, no se recomiendan como mascotas: necesitan una cantidad absurda de ejercicio y pueden ser bastante agresivos –sí, como los hijos–.
Por ahora resumamos en que la familia Heeler vive aventuras divertidas que se originan en lo cotidiano. Casi todos los episodios, de 7 minutos promedio, parten de una situación donde se genera algún tipo de juego entre las cachorritas y/o sus padres. El juego es el driver del capítulo y eso hace que Bluey se sienta tan dinámica, entretenida y flashera, pero a la vez tan real y práctica.
La layer 2 de esto sería cómo Brumm aprovecha esas peripecias para abordar con honestidad y "realismo" tópicos difíciles y más adultos, como la infertilidad, el desorden mental, la muerte, la resaca o hasta la necesidad de un descanso de la mapaternidad. Para los chicos, Bluey parece ser un show para niños. Para los grandes, Bluey parece ser un show para padres.
De dónde salió Bluey
Bluey debutó en 2018 y tiene 195 episodios estrenados, con un promedio en IMDB de 9.3/10 entre 42 mil calificaciones. En su canal de YouTube en español, donde está por llegar a los 7.5 millones de suscriptores, hay casi 600 videos, entre cortos, compilaciones y especiales. Bluey, los demás personajes y el show en su conjunto fueron creados por Brumm, que había empezado su carrera animando para la TV británica en programas como Charlie & Lola o Peppa Pig, al que hoy se podría poner en un versus sangriento –pero sin sangre– contra Bluey.
A Brumm se le ocurrió la idea reflexionando y bocetando a partir de su experiencia como padre de dos nenas. En 2016 le presentó un piloto de un minuto a Ludo Studio, que tomó la propuesta y empezó a buscar quién pudiera darle aire. ABC, la televisión pública australiana, confió en el proyecto y les bajó una cifra pequeña para hacer un episodio cero. Gustó y siguieron buscando fondos. Ahí entró la BBC y se juntaron 5 millones de dólares para una temporada de 52 episodios de 7 minutos. Bluey fue un éxito inmediato y, poco después, ya se emitía en canales y plataformas de 60 países.
El dato es que los británicos BBC Studios quedaron al comando de la distribución global, el licenciamiento y los derechos por merchandising. Hoy ABC recauda sólo una mínima porción de los ingresos de una de las mayores exportaciones culturales que haya tenido Australia. En escala, Bluey es el equivalente en animación para niños de Mad Max para el cine o de AC/DC para la música.

Un buen show vs un show de mierda
En agosto de 2023, Joe Brumm contó de dónde salen las ideas para Bluey en el podcast How Other Dads Dad, de Hamish Blake: "Los juegos de Bluey evolucionaron a las 5 de la mañana, mientras cuidaba a los chicos. Y evolucionar es una buena palabra porque algunos los jugás una vez y son medio aburridos y se caen. Pero hay otros donde es como '¿Podemos jugar de nuevo a ese juego?'; 'Sí, dale, y agreguemos esto'; y dos meses después ese juego ya tiene un nombre".
Esos pasatiempos que evolucionan entre Brumm y sus pibas terminan pasando a la pantalla: algunos son juegos propios de la mente de un artista, que extraen nueva belleza de lo cotidiano; y otros son propios de la tradición de crianza: el papá robot, la mamá paciente, la familia de bailarines. Así como Dora, la exploradora o El autobús mágico giran en torno a una aventura distinta en cada capítulo y Los Simpson enfrentan una disrupción de la normalidad por episodio, en Bluey son los juegos el eje que se serializa.
En cambio, así se crea un programa de Cocomelon, de Moonbug, según contó el director de investigación: "Una vez al mes, traen niños a un estudio en Londres les muestran un puñado de episodios para averiguar qué partes los enganchan y en cuáles se desconectan. El equipo despliega una herramienta con un nombre caprichoso: el Distractatron. Una pantallita ubicada cerca de la más grande, que reproduce en bucle escenas banales del mundo real (alguien sirviendo una taza de café o cortándose el pelo), de unos 20 segundos. Cada vez que un pequeño desvía la mirada para espiar el Distractatron, se toma nota. Podemos ver qué están mirando y el momento exacto en que se distrajeron".
Con esas notas, el equipo creativo arma episodios que son poco más que chorizos secuenciales de caca insoportable sólo destinada a prevalecer sobre la atención de nuestros hijos, que ya en el corto plazo de exposición se nota que liman la voluntad y operan mediante inyecciones dopamínicas. Equivalen al doomscrolling adulto, pero contra cuerpos de 80 centímetros.
Lo que más me gusta de Bluey
Hay muchos programas excelentes entre los casi 200 de Bluey. Hay consenso en que el de la boda ("The Sign", T3E49), el de la aventura espacial de Bingo y Floppy ("Sleepytime", T2E26), el del camping (T1E43), el de Bluey y Judo aprendiendo a caminar ("Baby Race", T2E50) y el del cricket (T3E47) arman un top 5. El de la bicicleta de la primera temporada (E11) también es muy bueno y hasta hay uno donde aparece una dóberman argentina que junta frutillas ("Explorers", T3E15). Y, por supuesto, hay un especial de Halloween recién estrenado.
Y está el de las ballenas ("Whale Watching", T3E22). Bandit y Chilli están de resaca post Año Nuevo y los chicos quieren jugar. La pareja no da más y Bandit termina de barco ballenero con las nenas saltándole encima. Un problema hiperespecífico de la crianza: cuando estás roto/a de anoche y tus pibes quieren y necesitan jugar, pasear y bailar. Acá vuelvo con esto de que Bandit y Chilli son tan importantes como Bluey y Bingo; todos entienden que necesitan de esa otredad generacional para disfrutar del mundo. Que en el caso de los padres resuena de otras experiencias arcanas de juego infantil que les traen a las nenas (hacerse el enfermo, títeres, bailes, embocar cosas), eso tan ritualizado en cómo buscamos entretener a nuestros niños.
Y vuelvo también a lo de que Bluey es una serie sobre la infancia y es una serie sobre la familia pero también es una serie sobre la importancia del juego. Eso tiene un riesgo, que es que con Bluey los pibes pueden creer que podemos estar disponibles 24/7 para jugar, lo cual se vuelve mucho más difícil de delimitar si además hacés home office –hola, qué tal–. Pero es algo que Bluey anticipa, admite y trabaja en sus episodios. La escritura es buenísima y los dibujos están buenísimos –por favor, lean esta fantástica nota sobre el worldbuilding de la serie–, pero Bluey no deja fuera aquello que no está tan buenísimo: el rechazo, el duelo, los dolores, las enfermedades.
En cada episodio hay un momento de manejo de frustración y de negociación; y según un análisis de las primeras tres temporadas completas, la resiliencia es el tema más presente en la serie. Mientras tanto, el resto del conglomerado de entretenimiento mainstream para infantes en edad de jardín busca entrenarles la dependencia y la imposibilidad de tener "varias ventanas abierta", simbólica y prácticamente: no pienses en otra cosa, no abras otra app, no cambies de video, no sueltes mi anzuelo.
Bueno, de hecho parte del impacto de que Bluey haya alcanzado tal escala es que las estructuras de la serie necesariamente se tuvieron que agrandar y así es cómo cada vez más decisiones ínfimas pasan a ser tomadas por burócratas del dato en lugar de por personas con corazón, lo que a la larga sedimenta en capas de resultados mínimos con déficit áureo. Ante la posibilidad de que algo así pase con Bluey, Joe Brumm se alejó de la serie este año, aunque quedó dedicado a una película sobre la familia Heeler que se estrenaría en 2027.