En mi breve experiencia en la literatura, uno nunca quiere escribir. Uno escribe o no escribe. That's it. Funciona como un peso molesto, un fantasma insoportable colgado en las orejas que te obliga a sentarte, abrir un Word y empezar a teclear. Pero generalizar lo que siento es una irresponsabilidad, un salto conclusivo boludón que quisiera evitar. Sospecho, entonces, que sí existe gente a la que pueda servirle un pequeño empujoncito.
Por eso decidí empezar a trabajar en este ciclo de entrevistas a escritores para gente que quiere empezar a escribir. Llamé a gente que respeto y cuya escritura, de un modo u otro, me resulta inspiradora. Tal vez encuentren en sus respuestas, sus consejos y sus métodos de trabajo eso que les hacía falta para, finalmente, empezar a poner una palabra detrás de la otra. La saga arranca con Luciano Lamberti para hablar sobre escribir cuentos.
–Naciste en San Francisco, Córdoba, en una casa con pocos libros. ¿Cómo y por quién descubriste que en contar una historia había algo poderoso?
No sé si hubo una especie de mentor oral. No sé si había grandes contadores de historias en la familia; o eran esa clase de historias más "de pueblo", como –imposta la voz– "yo les voy a contar lo que sucedía en mi pago". Yo preguntaba mucho, pero medio que había que sacarlo con fórceps. No era una familia dada al relato. Yo tampoco soy un gran contador de historias, ni un gran orador.
Había algunas historias, sí. Mi tía abuela tenía la teoría de que los Lamberti estábamos malditos. La abuela Cavazzi, la mamá de mi abuela, vivía en Arroyito, y un día el abuelo se tuvo que ir con los hijos a pastar las vacas lejos. Había sequía, y se fueron hasta Mar Chiquita. Y la abuela se quedó sola, y esa noche cayeron dos indios queriendo entrar a la casa. Y mi abuela sacó el cañón por la ventana y le pegó un tiro a uno, y el otro se fue. Y a la mañana el indio seguía vivo, con la garganta hecha pija, y pedía agua. Y cae el abuelo Cavazzi y no tengo idea de por qué mierda lo agarra y lo tira al aljibe. Y clausuran ese aljibe, y a partir de ahí como que, nada, mi tía enumera desgracias, ¿viste? Las de todas las familias.
El poder apareció con la palabra escrita. Acceder a la palabra escrita. Eso fue mi ritual iniciático. Y lo primero que leí creo que fue el diario de San Francisco, porque era la gran promesa que nos había hecho la señorita Alejandra: que íbamos a poder leerlo. "Ustedes, cuando terminen el año –nos dijo– van a poder leer el diario"; y a mí me pareció que era como que me pongan Internet de alta velocidad. ¿No? Eso fue genial.
–Todos experimentamos en la adolescencia cierto impulso creativo. ¿Cuándo entendiste que, efectivamente, estabas "escribiendo"?
No, yo escribía desde niño, man, en la primaria, qué adolescencia. Empecé escribiendo poesía muy de niño, segundo grado, te lo juro por Dios, parece raro, pero es así. Y después cuentos fantásticos, que no tengo la más puta idea de dónde están.
Trabajando me compré mi primera máquina de escribir, una de plástico, barreta, pero ya lo sabía todo, desde niño. Porque además había ganado un concurso que organizaba la Policía, y el premio era un fin de semana en el hotel de la Policía, entonces nos fuimos con mi familia. Fue la primera vez que fuimos de vacaciones todos juntos. Entonces dije: eso es algo. Nada, lo estoy haciendo, no tengo que esperar una mierda, ya lo estoy haciendo.
–¿Cuándo fue la primera vez que algo que escribiste no te provocó vergüenza?
No sé, hay que darle tiempo a lo que escribo ahora, a ver si no me la provoca en un momento. Trato de no leerme, por las dudas. A veces encuentro cosas que me gustan, a veces no, qué sé yo. O encuentro cosas que podrían ser mejores.
Vergüenza podría ser cuando me lo tomé en serio. Ponele que el primer libro fue este, el de la creciente, que era bastante flojo, y después ya empecé a escribir cuentos más largos, con más estructura, aunque al principio era bastante reacio a la estructura.
–El terror sigue siendo considerado un "género menor". Es extensísima la bibliografía que nos muestra por qué el fantástico, el terror, la ciencia ficción son molestias al statu quo. ¿Por qué te interesa la literatura de género?
Podría darte la respuesta más intelectual. El género funciona como los lentes negros de la película de Carpenter –They Live, de 1998–. El género es iluminador, y subversivo, y cuestiona el relato oficial.
Después, la respuesta más personal. Yo pensaba que la "literatura seria" era la realista, pero cuando escribía El loro que podía adivinar el futuro (2014) en 2011-2012 –libro que posteriormente fue incluido en el volumen Gente que habla dormida, de 2022–, sentí que recuperaba todo. Una liberación, aflojar el ano. Sentí que podía poner a volar mi imaginación, que también podía llegar a ese lugar de la poesía, ese lugar del silencio y la epifanía. Y ese lugar de la aventura, también.
Yo creo que el realismo cae muchas veces en una concepción un poco nihilista y plana de la existencia donde todo es muy… "lo malo". Uno cree que se pone en contra de los grandes relatos porque hay un boludo en pantuflas mirando el celu. No sé si eso es oponerse a los grandes relatos. Es una cosa medio automática. Eso me rompe un poco los huevos. Al contrario, en el fantástico pasan cosas, los personajes están movilizados, amenazados, tienen grandes emociones.
–¿Qué es un cuento? ¿Cuál es su estructura?
Ahora soy más estructurado. Soy más de derecha estética con lo mío (se ríe), y trato de dar reglas en mis talleres; de estructura, en el fondo. Después viene alguien y presenta una creación que no se amolda del todo a las estructuras y está recontra buena, y es súper personal, y funciona.
La estructura del cuento es como un latido interior, una especie de impulso propio que tienen los cuentos que están buenos. ¿Cómo mierda vas a enseñar eso, o enseñar a percibir que cuando funciona un cuento es como una especie de orquesta, porque hay un montón de factores que cuajan ahí, de pronto?
Últimamente, me interesa que las cosas tengan sentido. Aunque a veces uno pueda sentir o creer que el sentido es artificial, pertenece a una época premoderna, digamos. Para mí está bueno y no tiene época, el sentido.
Y me interesa que actúe dentro de un cuento como impulso de la emoción, porque para mí lo más importante es la emoción, pero la emoción no se alcanza sin el sentido. Es una operación corporal, pero también intelectual en un punto. Todo al mismo tiempo.
–¿Cómo empiezo a escribir un cuento?
No sé muy bien cómo se empieza. Hay chispazos breves de argumentos que se me vienen en cualquier momento del día. Los dejo madurar un poco, ni siquiera los escribo. Si después vuelven es por algo. A veces me los olvido durante años y después vuelven. A veces vuelven transformados, con otras capas. A veces los escribo apenas puedo.
Ideas se me ocurren todo el tiempo. Si a alguien no se le ocurren ideas, no sé para qué mierda considera que hay que escribir. ¿Cuál es el sufrimiento? Uno escribe porque tiene ideas. ¿Te tienen que ayudar incluso con las ideas?
El método depende de cada uno, se va encontrando. El mío es medio tirarme a vomitar algo que en el mejor de los casos llegue a un final, y después ver cómo lo acomodo, cómo lo direcciono para que tenga para mí la sensación de tobogán, de urgencia. Cuando alcanzo el ritmo de caída que tiene un buen cuento, me gusta mucho. Pero a veces no lo encontrás ni mierda y te la pasás reescribiéndolo, y no llegás a ninguna parte, y te frustrás, y te preguntás para qué hacés esto. Después tenés unos días de duelo y volvés a la carga.
–¿Qué te sirvió para entender cómo se escribía? ¿Tenés libros de cabecera sobre escritura creativa?
Cuando éramos jóvenes, no consultaba libros de escritura. Me sirvió, sobre todo, charlar mucho con Federico Falco –cursaron juntos la carrera de Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba–, tener amigos escritores y charlar con ellos. Estar en modo escritura, con gente que también a los veintipico quería lo mismo y estaba interesada y eran lectores. Eso fue muy estimulante. Y leernos y tirarnos cosas también. No íbamos a talleres literarios. En todo caso, eran talleres más horizontales. Después empecé a dar yo talleres y fui aprendiendo un poco lo que necesitaba para saber más que ellos –se ríe–.
Algunas cosas están buenas. El Curso de Escritura Creativa (2022) de Brandon Sanderson, por ejemplo. El Gotham Writers Workshop, compilado por Alexander Steele y traducido al español como Escribir ficción: guía práctica de la famosa escuela de escritores de Nueva York, publicado en 2012, también. Mientras escribo (2000), de Stephen King. Y después leí muchos libros de cómo se escribe un guion.
En desmedro de los talleres, creo que no hay consejos que sirvan y consejos que no. Ningún consejo sirve. Es una cuestión muy personal. Y es una cuestión que te obsesiona tanto que la prueba es que, si llegás al final, te convertís en escritor. Después, si está mal o bien es relativo, depende de quién lo lea, pero la prueba es un libro que escribiste, que terminaste, con todo el esfuerzo que eso implica, y ya está, no hay demasiado secreto.
Nota del entrevistador: el "gordo mormón", como llamamos a Brandon Sanderson entre amigos, es un gran docente que ha subido a Internet muchas de sus clases de escritura creativa. Por ejemplo, para interesados en la escritura del llamado fantasy, acá unas clases sobre worldbuilding:
Brandon Sanderson - Lecturas sobre worldbuilding
–¿A quién le mostrás tus avances? ¿Cuán abierto sos a las reformulaciones y revisiones de un tercero? ¿Te sirven las devoluciones?
Yo no muestro hasta tener un primer borrador decente, que en realidad es un segundo o tercer borrador que ya fue deformado en la tarea de la escritura. Tengo las categorías de "mostrable" y "no mostrable". Para llegar a "mostrable" son varias capas. Y después hay que elegir a quién se lo mostrás. Algunos pueden ser escritores, otros no. Nunca gente que te alabe mucho, pero tampoco gente muy destructiva, porque tampoco es cuestión de destruir al pepe.
–¿Trabajás en varios proyectos en paralelo o preferís centrarte en una única cosa? ¿Y por qué?
Sí. Escribo muy rápido algo y lo dejo descansar mientras escribo otra cosa. Voy saltando de una cosa a la otra, para ver qué pica. Es como leer varias cosas a la vez y que algo pique en punta y le gane a las demás.
Tengo un archivo donde van a parar todas las ideas. Trabajo en mi computadora de escritorio y escribo ahí porque es más cómodo, más rápido. Cuando tengo viajes sí me llevo una notebook: ahí retoco cosas, reviso.
–¿Cuántas horas por día escribís? ¿Cómo equilibrás las horas de trabajo con las de escritura?
Escribo dos, tres horas por día. A la mañana dejo a los chicos en el colegio, entonces tipo 9 me siento y tipo 13 me levanto. La mañana sin criaturas. No estoy escribiendo todo ese tiempo, claro. Por la tarde doy talleres y ahí sí se hace imposible.

–Todos los que intentamos escribir robamos. ¿De dónde robás vos? ¿Por qué robar es importante?
Robar es importante porque siempre se trata de homenajes. La literatura es una especie de carrera de postas donde gente muy grossa se resigna a darte a vos la posta. O incluso gente que no es grossa para nada te da un palo. La inspiración puede venir de lugares muy extraños. A veces leés una novela pulp de ciencia ficción donde aparecen ideas que te parten la cabeza, y no te pasa lo mismo leyendo a Goethe o a Racine.
Pero siempre la literatura es un proceso, lo muestra muy bien Borges: ir modernizando una sola voz. Borges decía: no hay escritores, hay literatura. Es casi independiente de la persona que la encarna. Un concepto medio espíritu-sántico, medio católico.
Robar, no robar; mientras lo traduzcas a tu propia estructura mental, está perfecto. Yo he tenido robos de dos clases. Consciente e inconsciente. Una vez le mandé un cuento a Martín Felipe Castagnet y me dijo "es La tercera expedición de Ray Bradbury", y era La tercera expedición de Ray Bradbury, pero me gustó tanto que lo dejé –se refiere al cuento "Los caminos internos", el primer relato de La casa de los eucaliptus (2017)–.
Después robos conscientes, del tipo "quiero reescribir tal cosa", miles. Eso todo el mundo lo hace. Drácula en los años '80 en Estados Unidos es Salem's Lot (1975), de Stephen King. Sobre todo en el ámbito del género, donde los monstruos son institucionales. Entonces me gusta pensar, por ejemplo, qué hago con los zombis, qué hago con los vampiros.
–Si tuvieras que elegir tres volúmenes de cuentos, ¿cuáles serían?
Muchos. Sueño con, en algún momento, hacer un "Cuentos escogidos", antologar yo un volumen con cuentos de diferentes estilos. Aunque un buen libro de cuentos siempre tiene muchos estilos dentro, como Bestiario (1951), de Julio Cortázar. O Ficciones (1944), de Borges. El tercero, no sé, La historia de tu vida (2023), de Ted Chiang, o Crónicas marcianas (1950) o Remedios para melancólicos (1959), de Ray Bradbury.
–¿Qué tengo que hacer si quiero empezar a escribir?
Nada. Para empezar a escribir no hay que hacer nada. Hay que escribir.
–¿Por qué debería animarme a escribir?
Porque no le vas a pedir permiso a nadie. Si realmente te gusta, lo vas a hacer, aunque implique que alguien se enoje porque cerrás la puerta para escribir o porque alguien demanda tu presencia o porque tu perro quiere jugar con vos. Es algo que lleva mucho tiempo en solitario. La mayor parte del tiempo tenés que estar solo y nadie te tiene que romper los huevos, y es un trabajo que lleva mucho tiempo, como si fuera una oficina.
Conozco poca gente que pueda escribir rodeada de gente. El mito es que Puig podía escribir mirando la telenovela con su mamá. No sé, no lo creo. Y en todo caso, no sé en qué parte estaba de la escritura. Eso lo cuenta Piglia, que lo va a visitar y Puig estaba en esa: escribiendo y viendo la tele con la vieja –se ríe–.
Después, en términos de resultados, es todo muy relativo. Lo que podés hacer para empezar a escribir es no buscarle ningún beneficio a la literatura más que el hecho de escribir. Es lo único que podría destacar, mi único consejo. No buscar publicar, no buscar ser famoso. Hoy todo pasa por ahí, por ser famoso y existir en ese sentido, y es muy difícil.
Si no me hubiera publicado ni mi tía, seguiría escribiendo porque es lo que me gusta hacer. Termino el día y digo: "Levanté una pared imaginaria, mañana levanto otra. A dormir tranquilo".