Diario de la guerra del living: experiencias de una década de home office
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¿Sabés algo que nadie te cuenta del home office? Que si lo hacés mucho tiempo, tu capacidad de aguantar las ganas de pillar se reduce notablemente. Trabajando en casa te habituás a poder ir a mear cuando sea. Te levantás y vas al baño, es muy sencillo. Entonces, de pronto llevás tres, siete, diez años de home office, vas a un recital de estadio, agarrás la General Paz en hora pico o tenés un viaje largo al campo, y la podés recontra sufrir porque te habituaste a poder ir a mear cuando sea. Si estás hablando con alguien y te tiene que cortar la charla para ir a vaciar la vejiga con urgencia total, es altamente probable que estés ante un home officer nivel avanzado.

Era una joda y quedó

El 5:2 canónico de laburo presencial de lunes a viernes + findes libres ya no tiene sentido para grandísimas porciones de trabajadores, tanto porque no hay suficiente oferta de laburos que paguen lo necesario para vivir y que se desarrollen en 40 o en menos horas semanales; como porque muy pocos trabajos realmente necesitan que una persona pase 40 horas cada semana haciendo algo en un lugar fijo –y menos en un país en vías de desindustrialización–.

A casi seis años de la pandemia, el home office se mantuvo vigente por motivos de todo tipo y hoy los modelos de tres días presenciales, dos a distancia y dos de descanso son comunes en varios sectores. Puntualmente en los que me muevo: medios de comunicación, industrias culturales, empresas de tecnología. Pero, en el palo que sea, se da un gran marco o modelo por el cual el home office prendió y es porque a los empleadores les conviene trasladarles costos operativos a sus empleados, que es lo que pasa en general con el home office, un fenómeno que en ese sentido va en paralelo a la monotributización del mercado laboral.

Recién en los últimos años el capital se dio cuenta del drama de no tener la mano de obra a la vista, algo tan viejo como el panóptico de las fábricas: la falta de control o la ausencia de una amenaza de control puede redundar en una caída de la productividad, ya sea real o mera sospecha del que pone la guita.

El trade-off al que accedió el empleado con el home office es que se liberó de la obligación de gastar tiempo en ir a trabajar. A la corta o a la larga, los gastos extra de trabajar desde casa se balancean con el ahorro en viáticos y comer afuera, o en tener que renovar permanentemente la ropa de trabajo. La única diferencia real es el tiempo que se gana. Pero el gran problema real es que ese tiempo debe necesariamente ser ocupado en otros trabajos –un segundo, tercer o hasta cuarto laburo– porque esta trend donde las empresas trasladan algunos costos a sus empleados se da al mismo tiempo en un contexto de salarios pijeados y baja seguridad social.

Cómo llegué al home office

Trabajo hace 25 años, fui de peón de yesero a editor y/o founder de medios (421, El NO, THC y algo de ghost media que no puedo mencionar por NDA), con paradas en heladerías, oficinas municipales, empresas cripto y centros de rehab –como profe, ey–. Editar el suplemento NO de Página|12 sigue siendo el trabajo que más tiempo hice en mi vida, más de una década y sigo. Pero hace siete años y medio que el NO dejó de ser un suplemento impreso y se volvió una sección digital en la web de Página|12. Ya no hizo falta que siguiéramos yendo a la redacción.

Incluso dos y hasta tres años antes de eso, más o menos en 2014 o 2015, yo igualmente ya había reducido al mínimo mis visitas a la redacción del diario, que entonces quedaba en San Cristóbal, a mitad de camino entre Plaza Constitución y el Hospital Garrahan. Como redactor, siempre me dediqué a escribir sobre música y videojuegos: críticas de discos, crónicas de recitales, entrevistas a artistas, reviews de juegos. Todo muy divertido y todo muy contrario a la lógica de tener que ir a una redacción donde, por ejemplo, no podés escuchar música alta en parlantes o no hay consolas. Entonces, una semana promedio incluía algún día en un predio para un recital, otro en un estudio o sala de ensayo para hablar con músicos, y tres días más de estar en casa rumiando ideas, escribiendo, desgrabando, escuchando y jugando.

Hace una década, entonces, que hago home office. Una década de vivir, trabajar y en los últimos años criar, todo en el mismo espacio, en el mismo hogar. Aunque pasamos por dos casas y dos departamentos distintos en este tiempo. Eso de que "donde se come no se caga" no es un impedimento para mí, que habito tranquilo la panacea de poder morfar, cagar, coger y manejar flujos de data, todo en el mismo entorno. Es algo sobre lo que agradezco todo lo evidentemente bueno, y sobre lo que no supe resolver, en todo este tiempo, sus aspectos más nocivos.

El home office es una mierda. Larga vida al home office.

El home office tiene un montón de pros, y son bastante conocidos. Ahorrás el tiempo, el dinero y el estrés de los traslados. En muchos casos incluso podés mudarte a otra ciudad que te guste sin que eso comprometa la continuidad de tu laburo. Tenés mayor flexibilidad horaria, tal vez no en la duración de la jornada pero sí en cuándo ir al baño, almorzar o hacerte una escapada a la estación de servicio a comprar puchos. Podés hacer una gestión distinta de tu productividad y tus picos de atención, concentración y resolución. Controlás el setting, la luz y los muebles en los que hacés tu trabajo. Estás a mano del micromanagement doméstico, de barrer, stockearte de víveres o recibir pedidos. Tenés más tiempo para estar cerca de tus hijos, pareja, padres. Los ratos libres son en casa, entre tus cosas. Si cultivás, podés darle seguimiento permanente a tus plantas. Si estás en cripto, podés operar y arbitrar sin tener que hacerlo en el colectivo, a la vista de todos.

Y el home office tiene un montón de contras, porque la discusión o la elección no se dan entre un modelo perfecto contra uno imperfecto –trabajo presencial, pongamos–, sino que se trata de cuál es el punto de equilibrio para vos y tu empleador o tus socios, en un espectro de modelos de trabajo más modernos: mixtos, asincrónicos, a distancia, you name it. Y cada región de ese espectro ofrece una tensión espiritual distinta con (contra) el hecho laboral. El home office limita algo profundamente humano del trabajar, que son cuestiones llanas como compartir la mesa al mediodía con randoms, tener exposición obligada a gente por fuera de tu órbita familiar y de amigos, gente que piensa, habla, siente y huele distinto. La sede laboral es para muchísima gente la única instancia de socialización. Es triste pero real, estamos cogidos.

Trabajar en casa tiene muchos costos un poco más pesados que tener que pagarte internet vos. Desaparece el feedback por tu laburo o se convierte en un mensaje prefabricado de Slack: "¡Lo estás haciendo bien!" Pero chupame la pija. Respecto a eso, hay un trabajo de resexualizar tu casa porque de pronto por más limpia, ordenada y perfumada que esté, es donde estás todo el tiempo, y la sensualidad del lugar donde pasás todo el tiempo tiende a cero. Hay de todos modos una contraprueba a esto, que es que podés meter un rapidín casi en cualquier momento.

Lo que no aprendí en una década de home office

Separar la vida laboral de la personal se vuelve muy complicado cuando la sensación de los que te rodean es de disponibilidad casi absoluta. Voy a escribirle a Luis, que está en su casa. Vamos a tratar de gestionar esto de la banda ahora mismo, que total dos están trabajando en su casa. Timbreemos al vecino para ver si tiene una tuca para tirarnos –me lo hacen, una falta total de elegancia–. Es el contra-Severance: no hay separación, todo es en simultáneo y manejar los tiempos de corte se vuelve un espejismo. Y, ya que se escribe parecido, un pijazo.

Las formas habitacionales más comunes hoy son el monoambiente para el single player de la vida y la casa con dos habitaciones para el multijugador familiar. El de monoambiente se vuelve loco en su caja de resonancia, trabajando, garchando y morfando entre las mismas cuatro paredes. El que está en el living con el escritorio –hola, qué tal– trabaja entre olores a milanesa en el horno, sonidos de platos y los timbrazos matinales de los testigos de Jehová. Es todo un toma y daca con poder de afectación sobre el estado de ánimo, los impulsos a la creatividad y el sentido de pertenencia a proyectos y equipos de trabajo.

El burnout está al fondo del pasillo, a la izquierda. Tu compu se enajena: ya no es tu compu, es la compu del laburo. Y al respecto debo decir que el que te pone un tracker de rendimiento para ver qué hacés con tu computadora a distancia merece de mínima una infestación total de hongos en sus pies y nunca más poder meterse a una pileta.

Una de las cosas que más me afecta del home office es la cantidad de energía y tiempo que gasto en formas de comunicación que no se montan sobre emociones ni gestos ni ademanes. La cantidad de gente que se ofende por un mensaje certero, corto, directo. La cantidad de gente, en esta época, que piensa que opinar diferente es discutir. Son coletazos también de que haya cada vez menos charlas de pasillo y menos vínculos informales con nuestros colegas. Hay conversaciones y decisiones que no se pueden tomar por chat o por mail, pero una vez que toda tu estructura se descentralizó es difícil reunirla espontáneamente para tomar una decisión. La horizontalidad se resiente.

Tiendo a creer que después de 20 años de escribir para pasar información, fui entendiendo cómo hacer bien ese delivery. Pero después de 10 años de trabajar en casa sigo sin haber podido resolver algunas bases del conflicto que plantea el home office. Y sigo sin ver que otros en mi misma situación lo hayan logrado encajar. Y eso es porque es mentira que la repetición o la iteración perfeccionen los procesos. Eso sólo ocurre cuando hay revisión y retroalimentación del sistema. El trabajo moderno, todavía altamente precarizado, ocupa tanto tiempo que también ocupa el tiempo de reflexionar sobre el trabajo que hacemos y de ajustar las variables del sentido de trabajar.

Sólo por hacer mucho tiempo una cosa, no te volvés bueno en ella, o no en todos sus aspectos. Hay una grandísima valoración actual por la capacidad de agencia y el estoicismo, pero son como la simpatía: no tienen mérito en sí si no es por intermedio de la dirección puesta en esa agencia. En general, cuando a tu energía la mueve una agenda ajena, no sos agencioso, estás agendado.