El compás político de las facciones de Fallout: New Vegas
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Hace poco, Amazon anunció oficialmente lo que los fans ya sabíamos: la próxima temporada de Fallout, la serie basada en la saga de videojuegos, estará ambientada alrededor de New Vegas, la locación central del juego homónimo. Más allá de ser uno de los más aclamados de la saga, la elección resulta interesante por otro motivo: pese a haber sido creado durante los primeros años del obamismo, Fallout: New Vegas parece hablar de nuestro presente.

Sí, es una lectura política de un juego de hace 15 años –algo que se puede hacer hasta con juegos de 40 años y totalmente abstractos, como Tetris–, pero que va a tomar nueva relevancia en breve, con el estreno el 17 de diciembre de la segunda temporada de la adaptación televisiva de Fallout. Y la mejor manera de hacerla es repasando sus facciones principales, así como en su momento en 421 se analizó la estructura económica de las sociedades post apocalípticas que presenta la saga Fallout.

NCR, la República de Nueva California

La New California Republic (NCR) es lo más parecido que tiene Fallout al orden político estadounidense de su tiempo. Esto ha sido explicitado por sus creadores, pero tampoco hacía falta mucho más que leer el texto.

Como prácticamente todo producto de entretenimiento masivo de su tiempo (entre 2001 y el ascenso del trumpismo como movimiento político), New Vegas es sobre el 9/11 y sus consecuencias geopolíticas. Sí, Call of Duty, The Dark Knight, Mass Effect, Game of Thrones y Iron Man son sobre esto también. La cultura pop estadounidense de los 2000 y 2010 tempranos existe necesariamente a la sombra de la Doctrina Bush.

"Americans are asking, why do they hate us? They hate what we see right here in this chamber — a democratically elected government. Their leaders are self-appointed. They hate our freedoms — our freedom of religion, our freedom of speech, our freedom to vote and assemble and disagree with each other." [George W. Bush, 22/9/2001, discurso al Congreso]

En el caso de New Vegas, es difícil ser más explícito: una democracia liberal, con problemas graves pero funcional, despliega sus fuerzas hacia el Este para combatir a una coalición de bárbaros que buscan destruir su estilo de vida y apropiarse de una fuente de energía estratégica. En algún punto, el post-apocalíptico es el género ideal para este conflicto: funciona perfecto como western por otros medios.

¿Es la NCR la facción "buena"? El objetivo manifiesto de los creadores del juego fue que no hubiera un contraste moral tan fuerte, pero es difícil no verla como, al menos, el mal menor. La mayoría de los personajes con opiniones negativas sobre los Californianos en general se quejan de las regulaciones, la burocracia o la corrupción. En lo personal, me parecen pecados menores al lado de algunos crímenes de guerra y hasta un pequeño genocidio. Con todo, siguen siendo por muchísimo la facción menos psicótica. Son el tipo normal.

El problema es que, al igual que el tipo normal, la NCR no es sexy. Son una facción aburrida, que difícilmente entusiasme. Son grises. Son vainilla. Y en eso también son un poco adelantados: en 2010, Estados Unidos vivía la efervescencia del primer obamismo mientras en buena parte de América Latina atravesábamos la última etapa de la marea rosa de gobiernos progresistas. Eran tal vez los mejores años de las democracias liberales en este hemisferio y, sin embargo, en New Vegas ya se veía venir el desencanto.

Legión de César, el Imperio de los Nenazos

Hace un par de años nos desayunamos con la noticia de que aparentemente todos los hombres del mundo tienen una obsesión poco sana con la Roma imperial. En esto también se adelantó New Vegas: en 2010 pudimos imaginar un futuro post apocalíptico en el que la obsesión romana de un joven sería la semilla de un imperio.

La Legión de César fue fundada por Edward Sallow, un joven integrante de los Seguidores del Apocalipsis –encarnación del "de esto salimos mejores" en el yermo post-nuclear–. Sallow fue enviado desde California a estudiar las lenguas de las tribus de Arizona. En el camino fue capturado por una de ellas, que para colmo de males era la más débil y estaba en guerra con todos sus vecinos. Viendo su muerte inminente, decidió usar sus conocimientos "civilizados" para enseñarles a sus captores táctica y estrategia militar.

Tras una campaña inesperadamente exitosa, los paupérrimos Blackfoot lograron imponerse a los otros pueblos del Gran Cañón. Sallow, elevado a cabecilla militar, integró a todos los vencidos a su nuevo ejército, y como buen nenazo, los convirtió en cosplayers de romanos. Él mismo adoptó el nombre (y cargo) de César.

Es una tentación muy grande trazar un paralelismo entre la parafernalia romana de la Legión y el cotillón que usan algunas fuerzas de derecha radicalizada, como las alicaídas Fuerzas del Cielo. Pero es que ambas abrevan en la reivindicación de la iconografía imperial por parte de los fascismos del siglo XXI: el "saludo romano" apropiado por Mussolini y Hitler (y, más acá en el tiempo, por ideólogos como Steve Bannon), el águila como símbolo imperial, y hasta la propia palabra fascismo, que remite a los fascios, símbolo de autoridad judicial romana.

César es bastante explícito en su ideología: su visión de una nueva Pax Romana es "una cultura nacionalista, imperialista, totalitaria y homogénea que destruye la identidad de cada grupo que conquista".  Y en eso es extraño, porque se mapea mucho mejor en expresiones políticas actuales que en las de hace 15 años, cuando la ultraderecha filofascista sólo era una alternativa relativamente marginal (aunque creciente) en Europa. En Estados Unidos, las corrientes principales del conservadurismo podían tomar alguna de las características que defiende César, pero rara vez se daban en conjunto.

Sin embargo, hay otro elemento que César no menciona pero que explica la transformación de la derecha: el machismo estructural, que la Legión lleva a niveles caricaturescos. Como explica una esclava en el campamento legionario, en el imperio de César las mujeres son propiedad privada en el mejor de los casos. Si jugamos con un personaje femenino, no faltarán los insultos e incluso amenazas de parte de los soldados.

En el mundo real, la entrada en escena de los movimientos de la derecha radicalizada en "la calle online" fue Gamergate. Y no terminó en esa cacería de brujas, sino que fue un movimiento sostenido en el tiempo. Cada campaña le dio nuevas fuerzas y nueva sangre al movimiento, y fue uno de los motores principales de la candidatura de Donald Trump en 2016. El hilo conductor fue Steve Bannon, editor de Breitbart (el medio que cobijó a Milo Yiannopoulos, uno de los cabecillas de Gamergate) y luego estratega presidencial.

Pero la misoginia es sólo el ejemplo más saliente de una característica que también une a la Legión con algunas manifestaciones de la derecha contemporánea: la crueldad. Nuestro primer encontronazo con las fuerzas de César es en Nipton, un pueblo del Mojave en el que Vulpes Inculta, agente de la Legión, ha llevado a cabo una purga de degenerados (o sea, de todo el pueblo). Los edificios quemados, las calles flanqueadas por hileras de cuerpos crucificados, el relato tétrico de Vulpes incitándonos a contar a otros lo que vimos. E incluso son crueles hacia dentro de su propio grupo, con prácticas como la decimatio, castigo ejemplar en casos de cobardía.

La obsesión con la valentía tiene su reflejo en la obsesión antitecnológica de César. La mayoría de los soldados de la Legión llevan armas primitivas. La idea es que eso refuerza su disciplina y coraje. Incluso más allá de las armas, César se opone a la incorporación de tecnología médica, para evitar volverse dependientes. Salvo, claro está, que quien la necesite sea él. Los Simpson habrán anticipado muchas cosas, pero New Vegas prefiguró a algunos líderes antivacunas que no dudaron en utilizar los más avanzados tratamientos cuando su propia vida estuvo en juego.

Aunque tal vez esto sea también una manifestación de otra cosa que tienen en común con líderes extremistas: son RAROS. Son un ejército que amalgama distintas tribus en el yermo post apocalíptico de Arizona, usando armaduras de fútbol americano para disfrazarse de romanos antiguos. Su líder piensa que la ciudad que debe ser su Roma es Las Vegas, que incluso antes del apocalipsis hubiera sido una elección inusual. No es tan distinto de las excentricidades de líderes de derechas contemporáneas o incluso de los mambos místicos de la Sociedad de Thule, el grupo esotérico que fundó el Partido de los Trabajadores Alemanes que terminaría convirtiéndose en el partido nazi.

Y aún así, con todo eso… hay gente que en el Mojave post-nuclear apoya a César. En algunos casos, la explicación es obvia (los mercaderes que piden rutas más seguras), pero parece poca cosa a cambio de ser gobernado por un dictador retrógrada, machista y delirante.

Después miro alrededor en el mundo real y me cae la ficha. ¿Por qué un jugador elegiría justo a esta legión de psicópatas como su facción? Tal vez porque Roma no pagará traidores, pero siempre hay traidores que confían en ser la excepción a esa regla. Con todo, no deja de asombrar que a diferencia de lo que le pasa al Julio César original, parecería que hoy para César cruzar el Rubicón (o el Colorado) no tiene enormes consecuencias.

Mr. House - Tecnofeudalismo avant la lettre

No sólo Obama –o el tardokirchnerismo eufórico en nuestros pagos– movilizaban orgánicamente a multitudes por esos años. En Estados Unidos, el otro gran emergente social fue el Tea Party, muy asociado a la candidatura presidencial del libertario Ron Paul. Un poco de ahí abreva Mr. House, un personaje que es una facción en sí mismo. Encarnación del ideal aynrandiano, Robert House logró sobrevivir a la gran guerra que destruyó el mundo en su búnker antinuclear de Las Vegas. Utilizando su tecnología, logró derribar varios de los misiles que apuntaban a la ciudad, logrando preservarla. O al menos a sus edificios, porque la gente de Las Vegas nunca fue parte de la ecuación.

Siglos más tarde, House sigue vivo, encerrado en un sarcófago de soporte vital. Sólo se comunica con el mundo exterior a través de las pantallas de su ejército de Securitrons, robots de combate que mantienen el orden en New Vegas. Su mayor logro reciente es la reconstrucción de la ciudad, un proyecto para el que contó con el apoyo de tres tribus de la zona, convertidas en bandas que controlan los diferentes casinos de la ciudad. Como dijo un estadista contemporáneo, para esa cosmovisión, la Mafia es preferible al Estado.

La idea de una "ciudad libre", sin regulación estatal, con un empresario tecnológico como "dictador benevolente", no es algo ajeno a nuestra realidad política contemporánea. En los Estados Unidos de Trump, distintos grupos poderosos impulsan el establecimiento de "freedom cities", ciudades libres de regulaciones estatales. La mayoría de estas iniciativas están de diversas maneras ligadas a Peter Thiel, empresario tech, otrora mentor de Elon Musk y padrino político del vicepresidente JD Vance.

La idea de un empresario como regente absoluto de un territorio físico es tal vez la expresión más literal y desbocada del concepto de concepto de Tecnofeudalismo esbozado por Yanis Varoufakis, sólo que su libro Technofeudalism fue publicado 13 años después de New Vegas y 3 después del Tecnofeudalismo de Cedric Durand.

¿Y qué haría House con ese poder? Su visión es recrear un sector tecnológico pujante que dé lugar a un programa espacial. Según sus estimaciones, en 50 años podría estar listo para lanzar cohetes a órbita terrestre, y en un siglo para la colonización interestelar. Pero… ¿para qué? Ya establecimos que, cuando tuvo la oportunidad, House se dedicó a derribar misiles durante la Guerra, pero jamás consideró la posibilidad de usar sus recursos para salvar a los habitantes de Las Vegas.

Por otra parte, su desdén por la democracia está ligado a su experiencia antebélica: la destrucción sería conclusión inevitable del desgobierno. Sin embargo, si algo nos deja en claro el mundo de Fallout es que la decadencia de la democracia en su universo tuvo mucho que ver con su cooptación por intereses corporativos, incluyendo a RobCo, la empresa de Mr. House. Compañías como ésa o Vault-Tec tienen más responsabilidad en el holocausto nuclear que los gobiernos que lanzaron las bombas.

La divergencia

A esta altura, creo que los paralelos entre las facciones de New Vegas y algunos movimientos de nuestro presente están a la vista. Sin embargo, hay una diferencia crucial: en Fallout, Mr. House y la Legión nunca son socios, a diferencia de lo que ha pasado en nuestro mundo, con el trumpismo conteniendo a los polos opuestos Thiel/Bannon (o incluso Trump/Musk). O, en casa, la alianza Milei/Villaruel. 

Robert House es bastante claro al respecto: si bien cree que la NCR es una amenaza por sus tendencias imperiales, también comprende que necesita a sus turistas para sobrevivir. Y, en última instancia, al menos la NCR es un interlocutor razonable. Dicho esto, de ninguna manera puede permitirle tener una victoria militar en sus propios términos. La Legión, por su parte, en ningún momento considera a House como un potencial aliado: Vegas será la Nueva Roma a la que aspira César. ¿Por qué en el mundo real, en cambio, fueron tan rápidas en aliarse las distintas fuerzas de la reacción?

Mi primera intuición sería que sencillamente nos odian más. Priorizan derrotar a sus enemigos comunes antes que la coherencia. Sin embargo, Cory Doctorow ofrece una explicación algo más sofisticada. Todo cambio político repentino es una coalición encubierta, dice Doctorow (sí, el mismo que habla de la mierdificación de internet). Y si algo nos confirma la historia del fascismo es que, apenas no quedan enemigos fáciles, comienzan a crearlos dentro de sus propias filas.

Tal vez Josh Sawyer pecó de inocente en 2010 y sencillamente confió en la coherencia ideológica de distintas facciones. El mundo real prima la convivencia interesada. El toma y daca de la política, como dirían los Nelson Castro de la vida. Tal vez sea un buen recordatorio para bienpensantes, coreadelcentros y otras almas bellas: las coaliciones políticas, siempre y en todo lugar, se arman con intereses sectoriales. Tal vez sería bueno no olvidarse de eso la próxima vez que una lista legislativa nos parezca "una bolsa de gatos" o "el tren fantasma".