Faustino Oro es un talento generacional. De esos que aparecen muy de vez en cuando. Un jugador con su proyección es una rareza en Argentina, pero también lo sería en casi cualquier país. A los 12 años ya había quebrado récords en un juego milenario, y hace unos días buscó poner su sello en el Campeonato Argentino.
Era un Campeonato Argentino especial. Primero, por lo simbólico: era el número 100. Un número redondo, hermoso, impactante. Pero había otra peculiaridad: el campeón defensor, el Gran Maestro Sandro Mareco, no iba a jugarlo. No hubo anuncio formal ni explicación pública. Así que me dispuse a averiguarlo, porque no es normal que un campeón no defienda su título. Es que el ajedrez es un deporte especial. Imaginate a Boca o River bajándose de un torneo. Imposible, ¿no? Pero en los deportes individuales puede pasar. Podría suceder en tenis, por ejemplo, que Alcaraz decidiera no defender Roland Garros. Pero tendría que haber un evento de fuerza mayor. ¿Fue ese el caso con Sandro Mareco, el Campeón Argentino?
Tuve la fortuna de ser convocado para transmitir el último torneo de Mareco, el Abierto Internacional del Valle Medio, del 21 al 24 de noviembre. Allí pude preguntarle, cara a cara, por qué no defendería su título en el Campeonato Argentino, que comenzaría el 25 de noviembre y duraría hasta el 6 de diciembre. Uno después del otro. Sandro Mareco había elegido jugar ese Abierto y no el Argentino. ¿Por qué?
Pero antes de eso, otra pregunta: ¿por qué estaba yo ahí? ¿Por qué fui convocado a transmitir el Abierto Internacional del Valle Medio? Porque soy relator de ajedrez. Probablemente sea la primera vez que alguien se te presenta como tal. Sí, tuve el atrevimiento de crearme mi propia profesión. Un día abrí un canal de YouTube; en algún momento comencé a transmitir los torneos de Faustino Oro. Y la vida se abrió camino.
El motivo de Sandro Mareco
Pero regresemos al Valle Medio. Mareco se sentó junto a mí. Es un tipo grandote, y su cabeza vuela a velocidad propia: lanza variantes como si fuera una ametralladora. Las jugadas viajan en su mente como proyectiles y las arroja para que el analista las descifre (el analista soy yo). Frente a la computadora, traté de compartir con el público el vértigo de una mente brillante.
Sandro venía de ganar la ronda 6, con blancas, frente a Eugenio Crespo. Vino al estudio de transmisión y compartió sus pensamientos conmigo y con la audiencia. Y ahí le pregunté por qué no iba a defender su título de campeón argentino. Su respuesta me sorprendió. Yo imaginaba explicaciones políticas, internas duras, cruces con la Federación o alguna cosa así. No por retorcido, sino porque ha habido muchas peleas entre jugadores y dirigentes. Unos años atrás, el mejor jugador argentino, Alan Pichot, fichó para España: cambió de bandera por problemas con los dirigentes. El ajedrez no escapa a esta problemática.
Pero no se trataba de eso. La historia de Sandro se remontaba a Brasil, a una relación amorosa que no terminó del todo bien, a un hijo de 5 años y a una decisión valiente: hacerse un tiempo para destinar un mes entero a su hijo. ¿El costo? No defender su título de campeón argentino. Soy padre, tengo un hijo de 6 años, y su respuesta me conmovió. Sentí la ambivalencia perfecta. Por un lado, las ganas de verlo defender su título y medirse contra los mejores del país. Por otro, entender su situación como competidor viajero que recorre el mundo y maneja agendas inusuales. Y en el medio: la paternidad. Oh, es un verdadero desafío. Sandro ya tiene 38 años y sus prioridades no son las de los 20.
Pero Faustino Oro no tiene ni 20: es un niño de 12 años. Y disputó su segundo Campeonato Argentino. Ya había jugado el primero en 2024, y lo hizo increíble. Quedó 4º entre 12 jugadores y tuvo una performance de 2524 puntos. Eso, en ajedrez, es jugar con fuerza de Gran Maestro, el máximo título al que puede aspirar un ajedrecista. Y Faustino tenía solo 11 años. No obstante, pensar en él no es pensar en un niño. Faustino tiene una madurez insólita en su juego. Es un animal competitivo, como lo supo ser Michael Jordan, como lo es Djokovic, como lo es nuestro fenómeno local: Lionel Messi.
Al Campeonato Argentino número 100 llegó un Faustino recargado. Estuvo todo el año entrenándose. Jugó torneos fuertes y le costó. Tuvo que adaptarse a la alta competencia. Si fuera una serie, veríamos el entrenamiento tenaz de un niño que quiere convertirse en algo único. Veríamos los momentos difíciles, porque hubo muchos este año. Veríamos esfuerzos, golpes, frustraciones y ese ruido interno que aparece cuando te das cuenta de que ya no te alcanza con el talento. Y después, sí, las proezas.
Oro y Flores en el Campeonato Argentino
Faustino Oro consiguió una norma de Gran Maestro siendo el más joven en la historia del ajedrez en lograrlo. Y lo hizo con estilo. Tuvo una performance maravillosa de 2759 de Elo, el equivalente al nivel requerido para casi pelear por el título de campeón mundial. Si jugaras a ese nivel de manera recurrente, actualmente serías el #7 del mundo.
Así que Faustino venía de un gran éxito e iba por otro más. Para aspirar al mayor título de ajedrez y ser Gran Maestro, se requiere superar los 2500 puntos de Elo (Faustino ya lo consiguió) y obtener tres normas de Gran Maestro. Había logrado la primera y fue por su segunda. En el horizonte buscaba dos récords: por un lado, ser el campeón argentino más joven de la historia del país; por otro, ser el Gran Maestro más joven de la historia mundial.
Una aclaración, porque esto me obsesiona cuando lo pienso. Para nosotros –yo tengo 38 años– "la historia" tiene otro peso. Leí libros de historia, me fui milenios hacia atrás, me perdí en épocas, en civilizaciones, en cambios lentos. Para un adulto, la historia es grande, lenta, enorme. Pero para un niño que desde chico rompe récords, la palabra "historia" es distinta, es más inmediata. Para nosotros, Faustino reescribe la historia. Para Faustino, él es su propia historia, es su normalidad. Lo sabe, sí, sabe lo que logra. Pero lo naturaliza. Y eso, curiosamente, lo ayuda: le quita envergadura al peso, le baja el volumen al drama. Para los seguidores del ajedrez, esto es increíble. Para él, es otro mes de competencia.
Faustino, entonces, fue al Campeonato Argentino por dos récords, pero tuvo enfrente a un competidor que se opondría a sus sueños. El Gran Maestro Diego Flores, con 43 años y siete campeonatos argentinos en su haber. Si ganaba este campeonato, igualaría el récord de la mayor leyenda del ajedrez argentino: Miguel Najdorf, quien obtuvo ocho títulos de campeón nacional. Oro y Flores, palmo a palmo en la pelea por entrar en la historia grande del ajedrez argentino. ¡Qué torneo que nos esperaba!

El arranque del Pibe de Oro
El año pasado, Sandro Mareco salió campeón obteniendo 8,5 puntos en 11 rondas, más o menos lo que se requiere para ganar el título, y la cifra exacta de puntos que suelen pedir para obtener norma de Gran Maestro. Por lo tanto, si Faustino quería su segunda norma, muy posiblemente tendría que ganar el título, siendo el más joven en la historia en hacerlo. Y su comienzo fue fenomenal: de las primeras cuatro partidas, ganó tres e hizo tablas en una, y quedó primero en solitario. Todos los flashes estaban sobre él, se escribían artículos en los diarios sobre su increíble comienzo. Todo marchaba a pedir de boca. Hasta que en la quinta ronda apareció el Gran Maestro Leonardo Tristán.
Faustino sorprendió con una línea rara de una Apertura Escocesa y, fiel a su estilo de ir por todo, sacrificó un peón para buscar la gloria. Pero la defensa del experimentado Tristán fue ingeniosa y sólida, y la ventaja de Faustino se licuó rápidamente. En los apuros de tiempo, Tristán encontró las mejores jugadas y ganó la partida. Era un golpe para los sueños del Pibe de Oro.
Así y todo, logró levantarse y ganó las dos partidas siguientes, con un espíritu competitivo asombroso para su edad. Tras siete rondas, Faustino Oro y Diego Flores peleaban la punta con 5,5 puntos. En las cuatro rondas restantes, Faustino tenía que ganar dos y empatar dos para conseguir su segunda norma de Gran Maestro. Pero llegó el Maestro Internacional Julián Villca, uno de los dos salteños del torneo. El otro es Pablo Acosta, uno de los mejores jugadores locales, que también había jugado en Valle Medio. Y eso es demasiado para cualquiera: dos torneos muy fuertes seguidos sin ni siquiera un día de descanso.
En la ronda 8, Faustino enfrentó a Villca, que iba con blancas. La apertura de Villca fue poco convincente, pero a la vez perfecta: le presentó a Faustino demasiadas opciones, sin líneas fáciles, y este no es su punto fuerte. Mareco dijo hace poco que Faustino tiene problemas con las "posiciones irracionales". Otro Gran Maestro me dijo en privado que "tiene una debilidad notoria en ciertas posiciones medio confusas". Esto no es una crítica, es normal. Todo jugador de ajedrez tiene puntos fuertes y débiles. Salvo uno: Magnus Carlsen. Magnus es el Superhombre de Nietzsche.
El desafío de la 8ª
La posición se volvió confusa. El camino a seguir no era claro. Faustino tiene el hábito de jugar a ganar en cada partida, y esta vez no fue la excepción: estando igualado, apostó por desequilibrar. Pero su fortaleza se resquebrajó, el tiempo se diluyó y llegó el error crucial, cuando solo restaban 11 segundos en el reloj. Faustino perdió y Diego Flores ganó, quedando el siete veces campeón argentino medio punto por delante. En la ronda 9, Faustino hizo tablas. Flores, en cambio, venció a Villca y estiró la ventaja. Quedó con un punto de diferencia faltando dos rondas.
Y entonces apareció lo que todos queríamos ver. Lo que el torneo parecía estar guardando como escena final: en la ronda 10 se enfrentaron Oro y Flores. Faustino con blancas. Diego con negras. Todo podía decidirse ahí. Faustino abrió con e4. Diego eligió la Defensa Siciliana. La partida entró en cauces complejos muy pronto. Faustino obtuvo una ventaja interesante, y Diego contaba con un rey delicado en el centro, y una posición que podría colapsar en cualquier momento. Pero ahí apareció el instinto del ganador. Diego tomó riesgos, avanzó sus peones, apretó a la dama de Faustino y realizó una jugada que dejó a todos boquiabiertos: ofreció un sacrificio de calidad que le congeló la sangre a Faustino. De aceptarlo, quedaría casi perdido. De no hacerlo, su posición ya estaría inferior y difícil de jugar.
Con criterio, eligió no tomarlo. Pero cuando te sorprenden tan fuerte, es difícil volver al eje, y Faustino se perdió una idea de ataque que desembarcó en un sacrificio espectacular de dama para concluir la partida. Diego Flores había vencido, de negras, al futuro del ajedrez mundial.
En la última ronda, le bastaron unas tablas para llevarse su octavo título de campeón argentino, con un punto de diferencia sobre el segundo y logrando la proeza con 8,5 puntos. La historia del país quedó reescrita: Diego Flores igualó el récord del legendario Miguel Najdorf, ajedrecista polaco que había escapado de la masacre alemana de 1939 y se instaló en nuestro país para iniciar una nueva y próspera vida. Faustino Oro terminó quinto, con 6,5 puntos.
Fue una aventura que lo tuvo todo y demostró –una vez más– que siempre, sin importar qué tan difícil sea el desafío, este niño genio busca el premio máximo. En el deporte, a veces se gana y a veces se pierde, pero los mejores tienen un plus irreplicable: una mentalidad de acero. Esa mentalidad es la que te hace volver a sentarte después del golpe; la que te obliga a seguir mirando el tablero cuando el resultado no te favorece; la que no negocia con la incomodidad y no se refugia en excusas. Mira hacia delante, lejos en el horizonte, y hacia arriba, buscando el cielo. Y Faustino la tiene con creces.