Hackers está pobremente escrita, parece dirigida por un amateur y está pésimamente actuada. Es mediocre, en el mejor caso. Salió en 1995 y quedó lejísimos de la mejor película de ciencia ficción de ese año (Ghost in the Shell), de la mejor coming of age (Kids) y de la mejor de acción (Toy Story). De hecho, estoy muy seguro de que Hackers es una película romántica, y en eso tampoco es mejor que Clueless, del mismo almanaque. O sea, ni siquiera es la mejor película de Iain Softley, un director intrascendente cuya obra magna debe haber sido la involuntariamente desopilante K-Pax. Y, aun así, contra todo pronóstico y con tan poco a favor, Hackers es una de las películas más icónicas que haya visto.
Seattle, 1988. Un guachín de 11 años se sienta frente a su computadora y con apenas un par de comandos ejecuta 1507 ataques informáticos perfectos. La bolsa de Nueva York cae 7 puntos. Es el hackeo definitivo. La escala es mitológica. Zero Cool se convierte en leyenda, pero todavía no puede cocinar algo en las hornallas sin supervisión de su mamá. Y encima lo agarran.
Nueva York, 1995. El ahora pibe, Dade Murphy, ya tiene 18 y se acaba de mudar, todavía a cargo de su vieja. Tuvo prohibido todos estos años tocar una computadora o un teléfono. En su nueva secundaria Stuyvesant conoce a una piba, Kate Libby. Ella también hackea –su alias es Acid Burn–, sus amigos también son hackers y todos juntos terminan haciendo supuestas "cosas de hackers" durante la otra hora y media de la película, más o menos, hasta que logran zafar de la cana e impedir los planes malignos del alfeñique The Plague y, de algún modo, salvan al mundo de que terrible garca se fondee para mandarse otra peor.

Ningún otro detalle importa porque lo único indudablemente memorable es cuando aparece por primera vez Kate para pedirle los papeles del traslado a Dade y mostrarle la escuela: es la Angelina Jolie de 1995 con el corte de pelo más extraordinario que haya tenido. Y para mí, un bonaerense desprevenido de 9 años, ese fue el nacimiento de la belleza en pantalla: abrió un nuevo sentido en mirar una cara, que no había tenido hasta entonces. No recuerdo experiencia previa de una obsesión así con un rostro, ni con el de la primera chica que me gustó del barrio.
Jolie ya había hecho una película sci-fi un par de años antes, en 1993: Cyborg 2, la secuela de la Cyborg de Jean-Claude Van Damme de fines de los '80. Tenía 20 años cuando se estrenó Hackers y le faltaban cuatro para hacer su célebre personaje en Inocencia interrumpida, y otros dos más para ponerse en los shorts de Lara Croft para Tomb Raider. La belleza que emana en la película de Softley es psicodélica porque tiene el impacto de lo desconocido e indomable.
También es parte del cast Jonny Lee Miller, en medio de una inexplicable e irrepetible golden season actoral que siguió unos meses después con el estreno de Trainspotting, donde fue Sick Boy. Miller es Dade Murphy, Zero Cool, el hacker protagonista ahora rebautizado Crash Override y totalmente obsesionado con Kate Libby / Acid Burn. Tal vez lo mejor que haya dejado Miller en pantalla esté sobre el final, cuando se lo llevan detenido y se va gritando "HACK THE PLANET!".
También la parte más chota de toda la película le toca a Crash, y es cuando le termina entregando una copia del bendito diskette de 3,5 pulgadas al cretino The Plague. Es una escena que no debe durar ni un minuto pero se siente larguísima, con cortes de Crash esperando en el medio de la noche hasta que aparece una limusina y The Plague llega pero no en ella sino agarrado de ella, sobre sus rollers, patinando en paralelo. Random de cojones.

Otra escena muy mala es cuando finalmente el sexteto se decide a ir a por todo y empiezan a contactarse entre hackers de distintas partes del mundo. Recurso trilladísimo de reparto onda espectro racial de publicidad de Benetton o Johnson & Johnson, encima dentro de una película que ya tenía un cast de principales y secundarios totalmente tipificado con el negro Lord Nikon, el latino Phantom Phreak, el vikingo Cereal Killer, la minubi Acid Burn, el chabonardo Crash Override y el pendejo boludo que se redime al final, Joey a secas. Igual, lo acartonado no siempre sale mal, si al final la pepa también viene en cartón.
El resto de la crew, de la party, del sexteto, de la pandilla tiene como sobresaliente a Matthew Lillard, el morisquetero actor también de la saga Scream y el Shaggy de las películas live action de Scooby-Doo. Hace poco, Lillard fue noticia porque Quentin Tarantino lo meó un poco en una entrevista diciendo que era un actor que no podía soportar. Como sea, en Hackers está perfecto: es ocurrente y expresivo y tal vez su Cereal Killer sea el personaje más memorable de todos.
Al culto por Hackers, que es mega marginal y cada vez más residual, peor que el de Tron en los '90, lo ayudaron algunos elementos accesorios que resultaron llamativos por novedosos o raros o efectivos. Ante un guión pedorro y una puesta muchas veces ridícula, lo que sale a flote es la tremenda banda sonora (The Prodigy, Underworld, Bowie, Massive Attack), ese vestuario no cyberpunk sino cyber+punk, el que se movieran en rollers, el que usaran esos nicknames. Acid Burn, Crash Override, Phantom Phreak, Cereal Killer, Lord Nikon y Joey –ay Joey, Joey, Joey–.

El clima se arma, más que nada, entre la situación escolar, la idea de "navegar" los sistemas y los circuitos informáticos como si fueran ciudades, manzanas o edificios digitales; el concepto kitsch que se plantea del hacker; y el ambiente underground que se va armando con esos sucuchos techno con gente en rollers entre las mesas, tragos en vasos de vidrio, videojuegos en pantalla gigante y computacionistas hackeando el planeta.
Pero, ¿cuánto hay de hacking real en Hackers? Tanto como había en El hacker, la serie con Carlín Calvo que Telefé tuvo al aire en 2001. O sea, nada. ¿Cuánto hay de fábula sci-fi sobre las ciudades y relaciones modernas? Ni mierda de eso, flaco. ¿Cuánto de película coming of age, de entrada a la adultez, de jóvenes al filo de un mundo nuevo? Ey, de eso sí que hay un poquito. ¿Y lo demás? Todo lo demás es una novela romántica para preadolescentes de mediados de los '90 que un poco terminamos siendo la primera generación en usar internet para la vida social.

Hackers es una película sobreestetizada, centrada en el permanente te quiero, te odio, dame más entre Crash Override y Acid Burn, entre Jonny Lee Miller y Angelina Jolie, que terminaron casados. Varias décadas después, Angelina llevaría al límite la misma energía en pantalla con otro de sus esposos, Brad Pitt, para Señor y Señora Smith. Cine 100% falopa, barrani, no regrets.
El año de estreno de Hackers fue el año del boom de los sitios de internet, que pasaron de un par de miles a cerca de 25 mil, un crecimiento de 10x en apenas unos meses. Sin embargo, no me parece que Hackers haya anticipado nada ni profetizado nada. Verla hoy es darse cuenta no solo de que jamás en estos años se "hackeó" de ese modo, sino también de que ni en 200 años se van a usar las computadoras como estos pibes las usaban. No es ficción especulativa, es ficción que especuló mal. Pero, aun así, sigue siendo irresistible.