Quizás este viaje haya comenzado el año pasado, cuando leí Sonorous Desert, What Deep Listening Taught Early Christian Monks –and What It Can Teach Us (Desierto sonoro, lo que una escucha profunda enseñó a los primeros monjes cristianos y puede enseñarnos a nosotros), que enlaza un saber académico y unas experiencias de grabación "en el campo", de la profesora Kim Haines-Eitzen, especialista en religiones de la Antigüedad tardía del Mediterráneo, con énfasis en la historia del cristianismo primitivo.
Es un ensayo precioso, que avanza entre el dato histórico y la reflexión sobre la relación paradójica entre la búsqueda de los primeros monjes cristianos –de quietud interior, silencio; solitud, por no usar la menos precisa "soledad"– y un ambiente físico específico: el desierto, que suele ser definido o representado por sus supuestas ausencias. Para empezar, es un lugar sin agua. Luego, sin civilización, sin personas, sin animales… sin sonidos.
En este sentido, las historias que recapitula Haines-Eitzen realzan cómo fue que diversos monjes se integraron a la historia natural del desierto y encontraron en él diversos ruidos que fueron moldeando su propia experiencia espiritual, y posteriormente devinieron en metáforas muy productivas dentro del cristianismo. Y cómo, al mismo tiempo, estos mismos monjes fueron influyendo en el paisaje sonoro de ese espacio. Basta citar las vidas de algunos de ellos, como san Antonio Abad –del 251 al 356 de nuestra era–, para describir sus luchas contra el demonio, que se figuraba sonoramente en el siseo de una sierpe surgida como de la nada, entre médanos arenosos. O traer a cuento la resonancia de un simandro, golpeteado en un loop infinito y cada vez más veloz, por un hermano que convocaba al reencuentro fraterno en el edificio monacal.
En septiembre, Valerio y Emiliano se acercaron al Sindicato del Drone, proyecto sonoro del que soy parte, con una invitación para sumarnos en un festival de música experimental en el desierto cuyano. Desde mi lugar de porteña clásica y portadora de una mirada subordinante a la usanza unitaria poco asumida, me acordé de haber leído que el desierto sonaba a algo. Pero, exactamente, ¿a qué?


Experimental
En 2020, el joven italiano Valerio Mastio, ingeniero en alimentos oriundo de Perugia, aterrizó en la Estación Experimental Agropecuaria del INTA San Juan para realizar una formación doctoral en ciencias agrarias, con una especialización en olivicultura. "Siempre quise trabajar con el aceite de oliva. Es parte de una fascinación que tengo desde la carrera universitaria, porque en mi región trabajamos con eso", me cuenta.
Doy fe de que en su región trabajan con "eso". Hace dos años, invitada por un festival italiano de música –organizado, de pura casualidad, por unos amigos suyos–, tuve el lujo de recorrer unas rutas polvorientas y angostas en el Valle Spoletana de la Umbría, sobre el faldeo de unos montes cultivados a tope con olivos achaparrados y bajitos. De los olivares sanjuaninos no habría podido decir nada hasta el sábado pasado, cuando los vi por primera vez. Son hermosos.
En Italia, durante una pasantía, Valerio había conocido a un grupo de investigadores argentinos que lo impulsaron a doctorarse acá. Y así, sin hablar castellano ni conocer el país, vino a San Juan para sistematizar su pasión por las posibilidades del olivo con una perspectiva cuyana. Hoy ya está casi listo para defender su tesis.
En paralelo, durante su tiempo libre se le dio por despuntar otra pasión: la organización de eventos musicales y la producción discográfica asociada a otros géneros, "un poquito más experimental, noise, ambient, field recordings y cositas así, medio friki". Con ese espíritu exploratorio fundó el sello 1Up. Pero entre doctorado y distancia geográfica, la promoción de iniciativas italianas se volvió dificilísima.
En 2022, en medio de sus días sanjuaninos, un amigo DJ lo invitó a participar de una feria de vinilos en una peluquería, donde conoció a Duilio Tapia, miembro del Centro de Experimentación Sonora (CES). Y con ese encuentro, la segunda pasión de Valerio también encontró un cauce posible y fructífero en el desierto de Cuyo. En agosto de 2024, 1Up editó Anverso/Reverso, un casete con la producción sonora del CES, donde también participa Emiliano de la Fuente, con quien Valerio ahora cultiva una asociación de esas que se retroalimentan y derivan en evento tras evento tras evento. Dios los cría y la internacional manija del desierto los amontona.
"En agosto del año pasado apareció este personaje italiano, hablando extraño. Y nos propuso grabar un casete para su sello. Nos pusimos re contentos. Nadie nunca había hecho un acercamiento así, con el solo interés de difundir nuestra música… o no-música, no sé cómo decirle a nuestra propuesta", me cuenta Emi. Además de él y de Duilio, en esta propuesta participan el Jáchal, Fernando Torres, Nicolás Marianetti, Laura Villagra y algunos otros miembros que van y que vuelven.
En cuanto al CES, lo define como "un grupo que busca suscitar interrogantes frente al sonido; gestar formas de dialogar con él e impulsar una actitud de aprendizaje a la par de la creación y la interpretación. Es decir, un espacio de experimentación, investigación y exploración sonora".
Al comienzo se reunían en sus casas, después empezaron a elaborar y mostrar sus proyectos en el Museo de Historia Urbana de la ciudad de San Juan, y desde hace dos años se encuentran los lunes en una de las salas del Centro Cultural Conte Grand, un espacio municipal re bien puesto y mantenido para que las juventudes sanjuaninas puedan reunirse alrededor de las artes. Ahí, en el último año y medio, estuvieron trabajando en la sonorización en vivo de la película El hombre de la cámara, una película de 1929, rusa en blanco y negro de Dziga Vertov.
Luego del cruce entre el CES y 1Up, este invierno Emiliano y Valerio impulsaron otro, al crear Geografía del Ruido, un ciclo que cuenta con tres ediciones, en el que fueron acercando a San Juan proyectos "de todas esas cosas bonitas que nos gustan" –cuenta Valerio– desde diversas partes del país. Aunque Córdoba y Mendoza suelen ser las provincias con las que les es más sencillo activar. Por este ciclo pasaron: ESE, Jonathan Boffino, Mila Von Chobiak, Ensamble Sismo, la flor y nata del sello cordobés Sonido Atmosférico (Nonoise79, Rdead, Gaffacan, ElHalliObeid). Desde Rosario se sumaron H.A.P., Helecho Experimentar y Dôrotti.
Para cerrar el año se propusieron hacer el festival hola noise!, el pasado viernes 7 en el Conte Grand. Por esa puerta entraron el drone sindicalizado al que estoy afiliada (CABA) y los sintes modulares de Kowalski (Córdoba). Por la ventana entró Inti Pujol, que vino en bondi desde San Rafael (Mendoza) para escuchar. "Más o menos, es la misma distancia que La Plata-Buenos Aires", me dijo. Y se quedó viernes y sábado, compartiendo y recorriendo los alrededores, junto a la comitiva porteña del festival.


Lo tocamos con alambre
La circulación física de proyectos por un territorio para abrevar en festivales y ciclos como este supone una coreografía de resoluciones operativas alrededor de la hospitalidad, que se dan muy artesanalmente y con recursos escasos: dónde dormir, cómo desplazarse, qué comer. La mayoría de las veces, festivales y propuestas como hola noise! o Geografía del Ruido se sostienen –en San Juan, en San Rafael o en CABA– entre quienes participan. Prácticamente no existen otros "sponsors" más que las casas y los bolsillos mismos de quienes agitan y se trasladan. Surge entonces otra coreografía compartida entre el proyecto que se desplaza y la organización del evento que lo recibe, que deviene en reciprocidad: "Avisen cuando vengan para Buenos Aires, así les organizamos unas fechas allá". Esto es una forma de cuidarnos, de incubar nuestros proyectos que, por otro lado, nadie mucho más adentro de los circuitos legitimantes de las artes tiene ganas ni tiempo –ni recursos, digamos todo– para incubar.
Pero a Emi no le preocupan mucho estas escaseces. Además de su lado académico como intérprete de contrabajo, tiene otro que, para él, se encuentra en relación estrecha con el tipo de música que destaca en las propuestas que agita: "Yo como que tengo otro lado que viene más desde el punk, que es algo que me identifica no sólo musicalmente sino como una cuestión de actitud, de hacerlo unx mismx. Y de una cuestión más política, se podría decir, en el sentido de que considero el arte y la música como una forma de expresión que, para mí, tiene que ser combativa de alguna manera contra lo que no está bien. Pero no sólo desde una posición de la queja, sino desde una activación. Creo que, justamente, el noise, el arte sonoro y la improvisación libre son el nuevo punk, porque con nada, con un pedazo de alambre, con un instrumento fabricado con tus propias manos, podés hacer música. Y con lo que tengas a mano podés generar sonidos que pueden atravesar al otro y producir algo que ni vos te imaginás."
En una línea similar de reflexión contracultural, dentro de la propuesta del Sindicato del Drone que nos aúna, mi amicha Flora Dido propone que "en la época de lo instantáneo, nada resulta más punk y revolucionario que sostener la misma nota por 40 minutos".
Y entonces vuelvo a los desiertos sonoros del cristianismo primitivo narrados por Haines-Eitzen. Vuelvo a la austeridad del simandro. Y de la mano con Flora, con Emi, con el puente de olivares friki de Valerio, con la figura tonal del acento cuyano, con los cuestionamientos de Inti hacia los circuitos del arte arte arte, me animo a reformular a Pizarnik y decir que, en una de esas, en estos días de hiperestímulos aplastantes, la rebelión consiste en juntarse a martillar una madera hasta pulverizarse las cócleas.
Suena a planazo.

