JRR Tolkien: visitando a un viejo amigo
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No hay muchos más autores a los cuales les tenga tanto amor y respeto. Son realmente pocos. Puedo sumar a Cordwainer Smith y dejar de contar. No voy a enumerar las razones de cómo Tolkien se volvió un pilar en mi vida, no hace falta. Con decirlo, alcanza. Aprovechando la luna de miel y que fuimos a ver a Black Sabbath, Agus también sugirió que sería un buen momento para ir a la tumba de JRR Tolkien en Oxford.

Tomarse un tren en Inglaterra es cómo comer pastas en Italia. A lo largo de toda la red podés hasta encontrar similitudes topológicas con nuestras líneas, que también fueron construidas por los titanes de la industria ferroviaria del siglo XIX. Los puentes de acero remachado de la línea San Martín son iguales a los de algunas estaciones antiguas de la Great Western Railway, la operadora del servicio Oxford-Londres. O las maderas en punta que decoran las cenefas de las estaciones, acá y allá. Inglaterra tiene kilómetros y kilómetros de vías con servicios que funcionan todo el tiempo, a toda hora.

El viaje de Londres a Oxford es, en apariencia, simple. Un tren desde Paddington hasta la estación de Oxford y no mucho más. Una estación chiquita de dos andenes, y de ahí una calle que te lleva al epicentro: las universidades, distribuidas en facultades (colleges). Oxford es una casa de estudio con casi 1000 años de antigüedad (930, en realidad). Novecientos treinta. Podemos decir que la ciudad es lo que creció alrededor de la universidad.

El cementerio de Wolvercote está a unos 5 kilómetros del centro y se llega por la avenida principal, o al menos la arteria más larga de la ciudad. Hay varias líneas de colectivos que cubren el trayecto completo, de ida y vuelta, por unas 5 libras. Justo fuimos a la ciudad el día en el que los estudiantes van a ver oportunidades de estudio, así que todo Oxford estaba medio explotado de gente. En particular la zona de los colegios.

Centro de Oxford, Inglaterra
Una de las calles peatonales principales de Oxford

Facultades, iglesias y casas familiares

Es en la universidad donde más se concentran los "homenajes" o lugares conmemorativos. Algún busto, una placa, un banco. Pero por alguna razón me interesaba más bien poco todo ese asunto. Lo que más me importaba era visitar el bar donde Tolkien se juntaba con los amigos, la parroquia a la que iba cada domingo, la casa donde vivió con su familia y por último, su tumba. Ninguno de los lugares tiene nada muy destacable. Salvo que en el Pub Lamb & Flag hay una pequeña inscripción escrita en tengwar, que parece tener una escritura (incorrecta) de la frase escrita en las puertas de las minas de moria "pedo mellon a minno" (o "di amigo y entra").

Pero más allá de esos detalles, lo interesante era poder tener una pequeña ventana a la vida cotidiana de este genio descomunal. El bar con los amigos, el hogar al fondo, las reuniones de los Inklings. Después seguimos viaje y caminamos hasta la ¿única? iglesia católica de Oxford. En un país tan protestante como Inglaterra, el catolicismo tiene un carácter casi anómalo.

De ahí caminamos otras largas cuadras pasando por todo tipo de casas, imaginando con Agus quién viviría ahí. Profesores, estudiantes, dueños de comercio, profesionales. Imaginar la vida y los ingresos de alguien para poder seguir viviendo en un lugar que parece salido de un cuento de Tolkien. Así llegamos hasta la casa familiar, que tiene una placa conmemorativa visible desde el exterior donde dice "Acá vivió JRR Tolkien" y no mucho más. Esa casa habitó entre 1930 y 1947, cuando escribió la mayor parte de El Señor de los Anillos y El Hobbit. Espías en la intimidad ajena.

Casa de la familia Tolkien en Inglaterra
Casa familiar de los Tolkien entre la década del '30 y mediados de 1947

Cansados, nos tomamos el bondi hasta el cementerio Wolvercote, en las afueras de la ciudad, cruzando un pueblito muy simpático –bah, un barrio–, Summertown. En el cementerio no hay nada muy destacable más que un cartel que dice "Tolkien" con una flecha y una placa en la cual recuerdan que ganó el premio a mejor cementerio en 2001, coincidente con la salida al cine de la primera entrega de la trilogía de Peter Jackson.

Caminé por el cementerio con una mezcla de nervios y emoción difíciles de contener. Como si fuera a encontrarme con alguien importante o tuviera que dar una charla ante un auditorio inmenso, como si tuviera que rendir un final. A los 5 minutos de caminata, y sin ningún detalle muy particular, llegamos a la tumba de John Ronald Reuel Tolkien y su esposa Mary Edith Tolkien. Una tumba sencilla, en un cementerio sencillo, en un pueblo sencillo. Casi como un monumento a la sencillez inglesa. Es curioso que ellos están enterrados juntos. Abajo del nombre de JRR dice "Beren" y abajo del de Mary Edith dice "Luthien". Dos personajes claves en el legendarium.

Tumba de JRR Tolkien y Edith Mary Tolkien en Wolvercote, Oxford
Tumba de JRR Tolkien y Edith Mary Tolkien en Wolvercote

Beren, hijo de Barahir y Emeldir, queda huérfano después de que su padre y los Doce Compañeros son asesinados por los orcos en Dorthonion. Su madre ya había partido antes a Brethil. Desde entonces vive solo como proscrito en los bosques hasta conocer a Lúthien (JRR era huérfano). Por su parte, Lúthien Tinúviel es hija de Thingol, rey de Doriath, y de Melian, una maia. Es la más hermosa de los Hijos de Ilúvatar que jamás existió. Ama a Beren, un mortal, y por él desafía la voluntad de su padre y de Morgoth. Canta y baila con poder mágico; con su canto hace dormir a Morgoth. Junto a Beren obtiene uno de los Silmarils de su corona. Luego renuncia a la inmortalidad para compartir el destino mortal de Beren. Ambos mueren y vuelven a la vida por intercesión de Lúthien ante Mandos, convirtiéndose en los primeros en romper la separación entre el destino de los elfos y el de los hombres.

Aproveché este pequeño peregrinaje para agradecerle al viejo por todos los años de alegría que me dio a través de sus libros. Particularmente entre 2001 y 2004, en esa etapa compleja que llamamos adolescencia, en la cual toda la literatura de Tolkien, su legendarium, fue una fuente inagotable de felicidad, amigos y mundos imaginarios. En ese vertiginoso 2001, con mi hermana Clara entramos a la Asociación Tolkien Argentina (la vieja y querida ATA) fundada por el padre Jorge Ferro. Ahí conocimos amigos entrañables con los cuales armamos un grupo sólido que trascendió nuestra aventura cosplayer: Laura, Xiomara, Virginia, Florencia, Nicolás, Federico, Francisco. De amigos que perduraron y con quienes nos volvimos a encontrar años después, como Martín o Telma.

La ATA fue un espacio espectacular lleno de bemoles. La misión original del grupo era el estudio y difusión de la obra del viejo. Había una reunión mensual, los primeros lunes de cada mes –¿O era el segundo? Ya ni me acuerdo–. Alguien daba una charla sobre un tema y se hacían ciertos arreglos administrativos. Avisos parroquiales, bah. Y después había otras fechas importantes que congregaban a la grey. El cumpleaños de Tolkien (3 de enero) y la celebración anual de la "Caída del Anillo". Cada 25 de marzo se celebraba la concreción de la misión de Frodo y la caída de Sauron, en el año 3019 de la tercera edad.

En la ATA nos hicimos muy amigos con el grupo, que después evolucionaría a otra cosa, a una amistad por fuera de la Asociación pero siempre con esa tradición, ese lore. Conocimos todo tipo de gente: gente muy copada, gente chota, gente normal y gente muy border. Ese año, en la convención que se armaba al mismo tiempo que la obra de teatro, tuve un pequeño anticipo de lo que después devino como la cultura de los fandoms. En mi caso, debut y despedida.

Leyendo datos para este artículo, la ayuda invaluable de Agus me sugirió la entrada en Wikipedia. Muy básico, pero hacía años que no la leía.

En 1911, mientras estaba en el colegio King Edward de Birmingham, Tolkien formó junto con tres amigos (Robert Gilson, Geoffrey Smith y Christopher Wiseman) una sociedad semisecreta conocida como la T.C., B.S., las iniciales del Tea Club and Barrovian Society («Club de Té y Sociedad Barroviana»), en alusión a su afición de tomar el té en Barrow's Stores, cerca de la escuela, así como en la biblioteca de la propia escuela (de forma ilegal). Después de dejar la escuela, los miembros mantuvieron el contacto. De hecho, celebraron en diciembre de 1914 un "concilio" en Londres, en casa de Wiseman. Para Tolkien, el resultado de este encuentro supuso un fuerte impulso para escribir poesía.
Más allá de las uniones íntimas de literatura, estudios y juegos, fluía un propósito mayor. Según John Garth, escritor, editor e investigador, galardonado por su obra "Tolkien y la Gran Guerra. El origen de la Tierra Media" (Tolkien and the Great War), Smith "declaró que a través del arte, los cuatro tendrían que dejar el mundo mejor de lo que lo encontraron".​ Además, Smith creía que él y sus colegas poseían la responsabilidad "de restablecer sensatez, higiene, y el amor de real y verdadera belleza en el pecho de todos". Tolkien declaró un parecer que "ellos tenían un 'poder que estremecía al mundo'".

Misión que, podemos decir, cumplió con creces y mucho más. No siendo sólo una fuente de belleza sino una inspiración permanente para que cientos de personas alrededor del planeta también dediquen su vida al arte, la imaginación y la creación de belleza.

Flyer de la obra de teatro "Beren y Luthien", en 2003
Flyer de la obra de teatro "Beren y Luthien" (2003)

Tolkien fue mi puerta a muchos mundos: a la ciencia ficción, por lecturas recomendadas de toda la banda, a los juegos de rol (MERP), a Magic: The Gathering, las miniaturas, incluso el primer viaje a las montañas tipo mochilero fue con los chicos del grupo. De una forma u otra, todos quedamos pegados a alguna forma de expresión artística: escritura, pintura, radio, juegos. Todo esto durante años muy difíciles para todos, con un país al borde del abismo, con la economía detonada y sin un mango para nada. Con Fede, Nico y Fran llegamos a adaptar La balada de Beren y Luthien al teatro. Presentamos nuestra obra en dos ocasiones, en el centro cultural Adán Buenosayres y en el CC del Parque Avellaneda. No sólo hay fotos, sino también un registro fílmico –que por ahora no verá la luz–.

Frente a la tumba de nuestro viejo amigo pensé en Martín, que se convirtió en un reconocido autor de ciencia ficción, en Clara que editó su tesis bancada por la Biblioteca Nacional, en Virginia que la rompió con su novela Los Sorrentinos, en Nicolás que me regaló una de sus pinturas al óleo. En Fede, doctor en física haciendo su postdoc en Suecia –o quizá estoy flasheando–, en Laura y la edición ilustrada de El Hobbit que nos regaló para una Navidad, en Xiomara y su carrera como actriz. Pensé en Florencia, en su pasión por la radio (ahora dirige la FM de la Unahur) y pensé en Francisco, que falleció hace unos años. En el viaje que hicimos con él, Lala y Xiomara al sur en el verano de 2003 por los Siete Lagos. Época fundacional

Camping del Lago Faulkner, 2004
Con Fran, Xiomara, Laura y el "Tío Félix" en Lago Faulkner (2004)

En fin, pensé en todos ellos, en todos esos momentos de felicidad, de compañía, de comunidad. Agradecí al viejo por tanto, por sus historias, por sus personajes, por Boromir, Fëanor, Beren, Eärendil, por Tulkas, Laurelin, Telperion, por Valinor, Gondolin, Menegroth, por Númenor, por Aragorn, por Frodo. Por ser una fuente inagotable de felicidad. Agradecí y me despedí con la sensación de haber cerrado un enorme ciclo de 24 años. Se estaban juntando una nubes en el horizonte y teníamos ganas de pasear un rato por Summertown.