El sonido alternativo de Corea: voces, ruidos y rupturas en el K-Indie

Si te hablan de música coreana, es muy probable que te imagines un grupo de pibes o pibas con el pelo de colores, coreografías súper complejas y la música más pegadiza que escuchaste jamás. Si estás un poco más metido en el tema, quizá pienses en un tipo de pop mezclado con rap y hip hop. Y sí, todo eso forma parte del mundillo del K-pop, pero acá vamos a hablar de otra cosa.

El indie coreano, como lo indica su nombre, es la escena musical independiente de Corea del Sur, formada por artistas y bandas que trabajan fuera del sistema industrial del K-pop. Su sonido es diverso, va del punk al folk, del rock alternativo al jazz, mezclando sonidos. Sus influencias pueden ir de Talking Heads a Otis Redding. No hay una concordancia musical, pero todos comparten la misma filosofía: producción autónoma y una fuerte búsqueda de autenticidad.

Los '90: cambios sociales, nuevas generaciones y un ambiente listo para explotar

Primero, un poco de contexto. Los '80 en Corea del Sur no fueron los más lindos. La dictadura militar de Chun Doo-hwan sumergió al país en un fuerte control político, no existía la libertad de prensa y se perseguía cualquier forma de disidencia. Aunque el país experimentó un crecimiento económico acelerado, la tensión social era constante y las expresiones artísticas eran casi inexistentes. Para 1987, la presión de movimientos estudiantiles, organizaciones civiles y protestas masivas abrió el paso a la renovación democrática.

Tras la caída del régimen, alrededor de la Hongik University, conocida por su prestigioso departamento de Artes, creció una comunidad de estudiantes, diseñadores, músicos y artistas visuales que buscaban lugares donde presentar trabajos experimentales sin restricciones. Los alquileres eran baratos, los locales bastante chicos y el barrio estaba lejos de convertirse en el polo turístico que es hoy.

El actual barrio de Hongdae, en Seúl, no era un lugar con límites precisos, sino un conjunto de calles, plazas y locales donde se encontraban estas comunidades. Ahí, desde mediados de los '90, se multiplicaron las salas de ensayo y las live houses que ofrecían programación constante de bandas emergentes. Junto a ellos, proliferaron estudios caseros, sellos independientes, disquerías de segunda mano, tiendas de instrumentos y locales que mezclaban la venta con la exhibición de fanzines y pósters. El circuito incluía cafés donde se hablaba de conciertos, bares que programaban noches temáticas y galerías que abrían sus puertas a shows íntimos.

Club Drug, Club M.I. y los primeros espacios de resistencia cultural

La identidad de la cultura indie está íntimamente ligada a los clubes. El avance del pop adolescente impulsado por Seo Taiji and the Boys, y luego por grupos idol –como se llama a estos muchachitos de pelos de colores y cara de muñeco– como H.O.T. o Fin.K.L., marcó el inicio del modelo industrial que con los años derivaría en el K-pop. Esto hizo que cualquiera que quisiera encontrar un refugio fuera del mainstream tuviera que buscarlo en Hongdae.

Estos antros no eran discotecas ni lugares limpios; eran más bien espacios chiquitos donde no entraban más de veinte o cuarenta personas. Había música en vivo, DJs un poco experimentales, poesía slam y diferentes tipos de performances.

Uno de los primeros y más influyentes fue Club Drug. Funcionaba como listening room para rock alternativo, punk y géneros no comerciales. Allí se presentaron algunas de las primeras bandas punk coreanas, como Crying Nut y No Brain, grupos que más tarde serían considerados fundacionales para el rock alternativo del país. Club Drug era el hogar de quienes buscaban sonidos ruidosos e improvisados.

A la vez, para quienes buscaban algo más creativo, artístico, con sonidos más cercanos al folk, al alternativo e incluso a lo electrónico, en 1995 abrió sus puertas el Club M.I. Según crónicas de la época, este club fue furor entre estudiantes de arte y músicos autodidactas.

La vida en estos lugares era bastante precaria. No se manejaba casi plata, así que todo lo bancaban los mismos músicos. Había contratos informales, cobro a puerta, venta de copias en mano y dependencia de programadores voluntarios. Muchos de estos espacios eran gestionados por personas con perfiles múltiples; técnicos que eran bookers, músicos que hacían tareas de producción, diseño de carátulas, fanzines y videos caseros.

Estos clubes, junto con otros que fueron apareciendo, como Velvet Banana, Evans y FF, conformaron una red subterránea donde se definieron los códigos del K-indie, la autoexpresión, la heterogeneidad de estilos, la informalidad, la crítica social y un profundo sentido de comunidad.

Pero había un gran problema: tocar música en vivo en bares y clubes fue ilegal en Corea hasta 1999. Así que los dueños de estos lugares y los músicos tenían que tener muchísimo cuidado. Las bandas tocaban igual, los fans asistían igual y la escena prosperaba en la frontera entre lo permitido y lo marginal. Por suerte, tras la presión cultural y económica, el gobierno legalizó la música en vivo en locales, un hito que transformó la escena independiente de clandestina a reconocida como parte de la cultura urbana de Seúl.

La legalización marcó un antes y un después. De la nada, los clubes pudieron programar conciertos de manera oficial, vender entradas y promocionar eventos sin miedo a multas o a la intervención policial. Esto profesionalizó la escena, permitió la creación de sellos independientes (como Boongaboonga Records) y dio espacio a una camada de bandas que empezaron a obtener reconocimiento más allá del barrio. También, gracias al auge de Internet y de plataformas como YouTube y SoundCloud, artistas independientes llegaron a audiencias internacionales.

Durante los 2000, el K-indie atravesó una especie de "edad dorada". Las bandas ya podían grabar discos, vender merchandising, tocar en festivales y circular por medios alternativos. Aunque seguían lejos de la maquinaria del K-pop, lograron construir un público fiel, curioso y exigente.

Las influencias musicales

Si de música se trata, el indie coreano se caracteriza por un sonido híbrido que mezcla influencias occidentales con una sensibilidad local muy particular. Muchas bandas beben de grupos como The Flaming Lips, The Stone Roses o Pet Shop Boys. Bandas como Oasis y Blur son generalmente las primeras en ser mencionadas por estos músicos. También recuperan rasgos de la música popular coreana de los '70 y '80: melodías nostálgicas, progresiones simples, una calidez vocal muy particular. En algunos casos, como Jambinai, estas influencias se mezclan con instrumentos tradicionales; otros, como Hyukoh, utilizan sonidos de diferentes países de Asia con blues y rock alternativo; y también hay bandas como The RockTigers, que juegan irónicamente con géneros extranjeros para crear identidades híbridas como el "kimchibilly".

Punk y rock alternativo

Inspirados por grupos como The Clash, Ramones, Nirvana o Sonic Youth, muchos jóvenes coreanos encontraron en el punk una vía de expresión política y emocional. En plena transición democrática, esta música funcionaba como un espacio para gritar frustraciones, cuestionar normas sociales rígidas y ensayar nuevas identidades juveniles. Crying Nut y No Brain fueron de los primeros en adaptar estos sonidos al contexto coreano, manteniendo la crudeza y la energía del punk pero integrando temáticas locales.

Folk urbano y balada indie

Otra corriente clave vino del folk y de la balada alternativa, influenciada por cantautores japoneses, estadounidenses e incluso por música tradicional coreana. Este lado del K-indie es más introspectivo, emocional y literario. Bandas como Broccoli, You Too? o artistas como Standing Egg y Kim Kwang-jin representan esta sensibilidad más suave, donde lo indie no es ruido sino intimidad y sutileza.

Hip hop y beats alternativos

Aunque gran parte del hip hop coreano tomó otro camino, está muchísimo más presente en el sonido del K-pop y es un estilo musical altamente masivo en Corea del Sur, no refleja tanto un sentimiento de marginalidad; por el contrario, persigue los mismos intereses que la bestia comercial del pop. Pero vale destacar que muchos DJs y raperos del underground frecuentaron Hongdae en sus inicios, y todavía hay algunos que intentan devolverle el sentido original a este género.

La gentrificación de Hongdae y la actualidad del K-indie

Como todo en la vida, algún tipo con plata la vio y empezó a comprar todo. Así que, a partir de 2010, Hongdae comenzó a transformarse. Shoppings, cafeterías dignas de Palermo Soho, turistas por todos lados y alquileres imposibles de pagar empujaron fuera del barrio a la mayoría de estos pequeños clubes. Se volvió una zona para comprar, sacar fotos, ver edificios bonitos y pasar largas noches en boliches donde la ropa es lo más importante. Locales legendarios cerraron sus puertas y otros debieron mudarse o profesionalizarse para sobrevivir.

Actualmente, Hongdae sigue albergando artistas emergentes, clubes independientes, cafés culturales, tiendas de discos y espacios colaborativos. Aunque lamentablemente funciona de manera más regulada y presionada por lo comercial, la escena mantiene su espíritu experimental. En respuesta a la gentrificación, también han surgido nuevos polos alternativos en zonas como Mangwon, Hapjeong o Mapo, donde se están abriendo pequeños venues que continúan la tradición underground.

La cultura de clubes de Hongdae fue, y sigue siendo, el corazón de este movimiento. Ahí se formaron las primeras bandas, se consolidó la identidad estética del indie y se construyó una comunidad que desafiaba la idea de música como producto industrial. Pero, ahora, todos aquellos que quieren ir en contra de las grandes corporaciones que utilizan el arte como forma lucrativa y se olvidan de la esencia propia de la nación encuentran hoy refugio en el maravilloso mundo de Internet.

En los foros de Naver, KakaoTalk, Bandcamp, SoundCloud y grupos de Telegram se forman nuevas comunidades de artistas emergentes que pretenden hacerle frente a un sonido acaramelado que no refleja las preocupaciones de una sociedad cansada de exigencias laborales y de una generación que no le encuentra mucho sentido a lo que está pasando en el mundo.

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