Como vimos en la primera parte de esta historia, la ruptura de su relación con Gabriel fue para Ricardo un mensaje: se había dado cuenta que quería ser libre de verdad. Eso implicaba no tener parejas ni ataduras sentimentales. Soledad, libertad, fiesta y una vida gay a pleno. Para semejante vida, todos le recomendaban un sólo destino: Miami.
Vice City
Girando entre Miami Beach y Key Biscayne, Richard sentía que podía mostrarse tal cual era, sin miedo al prejuicio de los demás. Absolutamente liberado de la presión de la mirada ajena –que solía perseguir y padecer por igual–, el más jóven de los Fort se mueve en la noche queer de South Beach (clubs como Twist, Palace y circuitos drag), en una Miami marcada por la mezcla latina y el pulso hedonista de una época en la que Ricardo era el rey de la noche. Así lo recuerda la revista gay australiana Blue + en su Issue 32: un modelo de dreamboy que llegó a la tapa por sobre un tal Keanu Reaves.

Pero el mandato no dejaba de pesarle y Ricardo siempre buscaba formas de contentar a su padre, tratando de aportar su visión poco valorada en lo empresarial. Si bien los '90 no habían sido los más gloriosos para la fábrica de chocolate de su familia, el más pequeño de los hermanos sería el artífice de un producto que les salvaría ese decenio.
Inspirado en una golosina relativamente nutricional que era furor entre los fisicoculturistas de Miami para 1997, Ricardo le sugirió a su padre que se convirtiera en el pionero del país en el mercado de las barritas de cereal energéticas.
Para la familia Fort, la música era un hobbie que se sostenía en los tiempos libres de trabajo. Probablemente el más destacado de los tres, hasta entonces, era Jorge, el mayor, que no sólo era un gran trompetista sino que se volvería un gran productor musical llegando a ganar incluso un Grammy.
Pero para Ricardo la música no era un pasatiempo, sino que quería dedicar su vida a ser reconocido como el artista que se consideraba. A mediados de los '90 conoció a su primer novio estadounidense, Lawrence, un modelo y diseñador gráfico. Según recuerda Ricardo en su bitácora personal, Lawrence era un chico muy conectado con el jet set de la ciudad del vicio. La relación no duró demasiado, pero fueron tres meses donde Fort logró entrar al star system que deseaba.
"Saliendo con él tuve la oportunidad de hacer un catálogo para Versace. Un amigo me pidió si podíamos trabajar mi pareja y yo en un catálogo y, por supuesto, aceptamos. Luego del shoot apareció en el estudio Donatela Versace, quien nos invitó a cenar a su casa esa noche. De ahí iríamos a la White Party que se festeja todos los años en Miami. Al llegar a la mansión Versace nos sirvieron unos tragos y esperamos a la invitada de honor para sentarnos a la mesa. ¿Quién era? Madonna", escribiría.
Madonna lo reconoció de su encuentro anterior en California, y en esa misma fiesta y las que la sucedieron, Ricardo pudo ir recolectando contactos para continuar explorando su camino y convertirse en una nueva voz latina.
"Estábamos grabando el tercer Romance, de Luis Miguel… con su famoso arreglista, Bebu Silvetti. Hubo un corte, como un recreo, entre las partes que estábamos grabando de los arreglistas", recuerda Eduardo Pérez Guerrero, productor musical, abogado y empresario argentino radicado en Miami. "Era un llamado de alguien importante que provenía de la industria del tango y nos recomendó a un artista que llevaba tiempo mandándonos material, entre ellos un book de fotos muy extraño. Ya lo habíamos visto y nos había llamado la atención la estética de todo… Él estaba vestido con unas alas en esas fotos, había cadenas. Era todo muy difuso."
Eduardo estaba trabajando en ese disco junto con Rudy Pérez, reconocido músico, compositor, productor, arreglista e ingeniero de sonido cubano-estadounidense. El productor recuerda haber conversado seriamente sobre las posibilidades de encarar en conjunto el proyecto musical de Ricardo ya que "era un perfil de artista bastante único, o llamativo…". "Teníamos muchos proyectos funcionando en ese momento. Era una época de mucho furor por los artistas de música popular latina." Pero Ricardo tenía un problema que su competencia de época no: le faltaba poder de financiación necesario. La respuesta terminó siendo negativa y los rechazos se acumulaban, pero el pulso de Fort no temblaba.

Vía México
"Yo quería ser cantante y me habían dicho que México era el mejor lugar para lograrlo", cuenta Ricardo. Se mudó allí con la ayuda de Gabriel, su ex-novio devenido en amigo de la vida, que voló con él. En el DF, consiguió una reunión con un productor muy conocido, que era manager de Yuri, la cantante y presentadora de televisión mexicana. Según relata Fort, el hombre le había prometido promoverlo pero nunca hizo nada porque se dejó llevar por un joven puertoriqueño, cantante de un grupo famoso, que quería lanzarse solo.
Ricardo continuó su camino y conseguiría un casting en la Sony Music para lograr firmar su primer contrato. Al principio se puso contento, pero los meses pasaban sin actividad. "Estuve cuatro meses sin hacer nada, no me decían nada y yo como tonto me enojé pidiéndoles anular el contrato, cosa que hicieron sin siquiera pensarlo", apuntaría.
Al poco tiempo de hacerlo, se enteró por rumores de que la compañía estaba invirtiéndolo todo en un nuevo talento que prometía devorarse el mundo. El mismo chico puertorriqueño que lo había alejado del manager de Yuri: Ricky Martin.
Do It Yourself
Con el cambio de siglo, Ricardo bajó la persiana de "el cantante": un clip barato, cien mil dólares tirados en productores fantasmas, promesas que se disolvían al día siguiente. La lección fue quirúrgica, sólo faltaba presupuesto. Empezó a mirar el manual que ya se estaba escribiendo en Estados Unidos: el reality como plataforma, el escándalo como motor y ostentación como estética. En vivo 24/7. Tomó nota y esperó.
Mientras tanto, se calzó la máscara de empresario para contentar a su familia. En paralelo, armó el plan de paternidad y ordenó su vida. Averiguó en las clínicas de subrogaciones de vientre que empezaban a brotar por California. Buscó una pareja, su único amigo que siempre le había escapado a la frivolidad: Gus, un físicoculturista de bajo perfil al que siempre había querido. Entre tanto, se sentó a aguardar la transferencia de la gran herencia del imperio del chocolate que no tardaría en llegar.

Cuando murió Lalo, cambió la ecuación. La empresa que debía comandar ya no era Felfort, era él mismo. Perfume, ropa, champagne, dibujos, cámaras, teatros, un ecosistema entero alrededor de un único producto, su propio nombre y cuerpo. DIY, pero con chequera ilimitada. El Super Chad estaba listo para conquistar los corazones de la mayoría después del rechazo de unos pocos que lo proscribían de su propio sueño. Sólo bastarían un par de móviles con Alejandro Fantino para despegar, porque las turbinas ya estaban prendidas desde hacía rato.