Corría 1984. Osvaldo llevaba un tiempo enfermo, sin ir a clases. Su enfermedad se correspondía con el comienzo de la escolaridad. Los días que pasaban eran críticos; las novedades, permanentes. Cuarto año del secundario era particularmente emocionante ya que coincidía con los primeros bailes.
El Colegio San José es un histórico colegio católico privado de primaria y secundaria, en Balvanera. Lo fundaron en 1858 los Padres del Sagrado Corazón de Jesús de Bétharram –los "padres bayoneses"– con una impronta francesa: formación integral con catequesis, estudio intenso y deportes. Por sus aulas pasaron personajes tan variados como Jorge Rafael Videla, Julio César Strassera, Félix Luna y Diego Capusotto.
El lugar es una especie de fuerte ecléctico y monumental, protegido como Monumento Histórico Nacional: neogótico e italianizante en el norte, neoclásico francés en las fachadas sur y de acceso, capilla de 1891, salón de actos de 1915 y una torre con el Observatorio San José (el primero de la ciudad, aún activo).
Las novedades, en un lugar así, se apilaban rápido. Por eso, uno de los compañeros de Osvaldo trataba de mantenerlo informado para que no se perdiera de nada. El informante lo hacía a través de cartas que le entregaba a su madre para que se las diera a la de su amigo y así mantener la comunicación.
2 de abril de 1984
Osvaldo:
Te extrañamos mucho en el curso. Tardé mucho en escribirte y espero me perdones, pero en parte lo hice para que se fuesen acumulando novedades. Sobre los profesores, te cuento que creo que están los mejores como Germán, Damián y la Gorda, que aunque no lo creas parece súper buena y también explica muy bien. Poli ya nos tomó un dictado y la Gorda el 2º día de clase nos tomó una prueba; este año está medio rayada.
Sabés que hubo un problema con Forti y la gorda.
Te cuento: en una clase la gorda le preguntó qué pensaba hacer con la obra de Jesucristo Superstar y Forti le dijo que no se preocupe, que él ya tenía todo arreglado con chicas que ya había conseguido en el Colón, y la gorda se enojó porque no le había dicho nada y además porque no lo organizó con chicos del colegio.
Todo esto fue a Guccio y Forti dijo que "la gorda esa era incapaz de llevar una obra" y que él si la podía llevar y cuando la gorda se enteró de que Forti le dijo incapaz se enojó muchísimo, y en las clases ni se hablaban y la gorda le tiraba a cagar. Hasta que un día la gorda lo retó sin motivos y Forti le contestó mal y se empezaron a pelear; la gorda lo mandó a lo de Guccio (celador) y él le dijo que iba a ir a lo de Traversero (director). También le decía: "¡No me grite y no me ordene!" (Forti a la gorda).
Resultó al final que Forti se ligó 2 unos, pero el lunes la madre va a ir a hablar y se va a armar un lío tremendo; además la gorda mintió y le dijo a Guccio que Forti dijo que él era un estúpido y éste casi lo [expulsa].
Bueno, cambiando de tema: ayer fuimos al baile de Ayre, pero hubo un problema, no había chicas, pero fue un cago de risa (fue el gordo). La gorda nos hace ir a un coro de secundarios con chicos de otros colegios (son coristas). En el curso hay 2 chinos nuevos: Chong y Se que no saben un pomo de castellano.
"Forti", Ricardo, no era un alumno que pasara desapercibido. Tenía 15 años y estaba en 4º año de secundaria. Osvaldo Curuchaga lo recuerda como un pibe extrovertido, fanfarrón y calentón, pero también "sensible y afectuoso". Por sobre todas las cosas, llamaba mucho la atención por el cuidado de su aspecto. Desde muy chico tenía un objetivo fijo: no "ser actor", sino "ser famoso".
Otro compañero, Leonardo Contestini, recuerda que en el colegio Forti se veía mucho más grande y distinto porque se autogestionaba. Vestía llamativo, ostentaba privilegios y un Rolex de oro, y desafiaba advertencias porque, si se lo robaban, "se compraba otro". Brillaba cantando, pero le costaba integrarse al grupo. Vivía al límite con las faltas.
Ricardo Fort era un ateo declarado en un colegio de curas, cuidaba su imagen con obsesión y tenía un tic: tirarse el pelo hacia atrás.
Muchos recuerdan un clásico del joven Forti: te invitaba a merendar para que lo escucharas cantar canciones de musicales. Mostraba con orgullo sus lujos y, según recuerda, buscaba aprobación con gestos de afecto, como repartir monedas de chocolate para generar simpatía.
One Shot
Forti era un chico de un entorno muy particular. Quienes conocían de verdad a su padre lo llamaban One Shot: era un campeón argentino de tiro al plato y cazador de renombre que había recorrido el mundo como piloto de avión y capitán de barco. Su nombre era Carlos "Lalo" Fort. Un hombre que había empezado a trabajar muy de chico en la fábrica de chocolate de su papá, La Delicia. A los 25 ya era Gerente General, y bajo su gestión la fábrica se expandió a cuatro locales, 300 empleados y 3000 m² de planta.
De joven llevaba una vida social intensa y, sobre todo, mucho trabajo. A los 33, conoció a Marta Haydeé Campa. La hija mayor de un panadero al que admiró, y del que aprendió temprano a mandar, cobrar y sostener una empresa con la frente alta. Tal es así que no tardaría en convertirse en la jefa silenciosa de aquel imperio. Para entonces, la empresa, cuyo nombre final fue Felfort, siguió creciendo hasta los 20.000 m² y 600 empleados.
Juntos, Lalo y Marta tuvieron tres hijos: Jorge, Eduardo y Ricardo, Forti. En la dinámica familiar, el más chico había sido siempre el más protegido por la madre. Ricardo la adoraba, y de ella había heredado la pasión por el espectáculo.
Richard
Para el cuarto año de su secundario, Forti ya se sabía absolutamente distinto a todo aquel que lo rodeara. No se trataba sólo de una cuestión de poder adquisitivo y clase social. En primer lugar, se había dado cuenta de que le gustaban más los varones que las mujeres. Su madre fue la primera en enterarse, y lo comprendió y acompañó. Buscándose a sí mismo, Ricardo también empezó a sentirse inseguro de sus atributos y, a pesar de una belleza que todos recuerdan, se operó la nariz por primera vez.
Las relaciones sentimentales fueron y vinieron entre mujeres y varones, pero tras su debut sexual con una chica un poco más grande, se terminaría de dar cuenta de que su gusto iba definitivamente por otro lado.

Cuando cumplió 19 se puso en pareja con un rubio carilindo que había trabajado mucho en la televisión. Había llegado incluso a desempeñarse como "Susano" y ya era bastante conocido. El vínculo con Guido se estabilizó y Ricardo decidió dar la patada que abría el closet para contárselo a su padre.
En una bitácora personal que Ricardo comenzó a escribir a partir de un ejercicio de terapia, recordó: "Un día discutí con mi madre. Yo le decía que estaba feliz y enamorado. De repente, mi padre preguntó por qué era la discusión. Yo me armé de valor y le dije que estaba enamorado de un hombre y que estaba feliz. 'No quiero que lo entiendas, sólo que lo respetes', le dije. 'Me da asco, pero te respeto', me contestó."
De ahí en más, Lalo y su hijo menor no se hablaron por dos años. Ricardo y Guido continuaron muy enamorados, pero "terminó como todo debía terminar", relató en su diario. Después de un año y medio, se separaron. Los perfiles de ambos eran muy altos, y esa dinámica de competencia por ser el más bello de la pareja los terminó alejando.
A finales de los '80, la escena gay porteña era cosa de fiestas y comisarías. La Avenida Santa Fe, avenida del amor para el colectivo LGBT de entonces, estaba en estado de ebullición permanente. Boliches nuevos, dark rooms y razzias que no daban respiro. Había euforia democrática e inercia represiva, todo al mismo tiempo. Este fue el cultivo de Forti, que sistemáticamente importaba de Estados Unidos todo lo que allá estaba de moda: cuero, remeras de red, tachas y delineador para resaltar uno de sus atributos favoritos, sus ojos.
En esos tiempos, Ricardo conoció a su segunda pareja, Gabriel. En este caso, un prototipo de hombre muy distinto a los que estaba acostumbrado. Un empresario que llevaba tiempo radicado en California. Su característico olfato y habilidad para los negocios lo encontraba en lo alto. Había pasado de ser un simple vendedor de cursos de inglés en VHS a convertirse prácticamente en el dueño del conglomerado. La comunidad hispanoparlante era cada vez mayor, por lo que su mercado estaba en plena explosión. Convencido de que su novio tenía un brillo por demás especial, Gabriel le insistió en que se animara a dar el salto artístico y probara su suerte en Estados Unidos.

Ricardo todavía no tenía la edad necesaria para poder salir del país, así que necesitaba la venia de viaje de sus padres. Fort tomó valor y le confirmó a su madre lo que ella ya sospechaba: su hijo quería ser cantante, y eso la llenaba de orgullo siendo que sus dos hermanos mayores seguían el camino empresarial de Lalo.
Así partió Richard, como lo llamaban sus amigos ya en aquel entonces, hacia Estados Unidos. La primera parada fue La la land, la ciudad de Los Angeles. Llegó con 500 dólares y una dirección prestada: la primera noche durmió en la oficina de Palito Ortega. El productor era allegado a la familia y le habían pedido, como favor personal, que audicionara a su hijo. La cosa no funcionó: Ricardo no encajaba en la estética que Palito priorizaba, algo más del estilo varón "clásico" de pop televisivo.
Desposeído en primera instancia de un ingreso proveniente de sus talentos musicales, Richard se inventó un salario entre la barra, la puerta y la tarima, go-go dancer a la madrugada, bartender a media luz, portero con lista en mano de las discotecas que lo necesitaran. Ese circuito le pagó el auto y el alquiler, y empezó a sentir de a poco la libertad que añoraba, lejos de los juicios de su padre.
La ciudad le abrió puertas y salones. Su primera aproximación al star system con el que llevaba tiempo fantaseando se dio cuando un productor de Sire Records lo invitó al set de grabación de Deeper and Deeper en 1992. Allí, pudo charlar unos minutos con Madonna y se quedó bailando como extra para el mítico videoclip de la diva pop.

La cabeza de Ricardo iba al ritmo de sus hormonas. Su relación con Gabriel tambaleaba. "Un día, estando en el supermercado, conocí en la caja a un chico americano. Era un tipo hermoso. Le pedí el teléfono y al llegar a mi casa lo llamé. Estábamos hablando cuando escuché las llaves de la puerta… Era Gabriel que volvía de trabajar. Corté el teléfono y lo saludé como si no pasara nada. En ese mismo momento, sonó el teléfono. Era el chico al que le había cortado, pero atiende Gabriel", anotó alguna vez Ricardo en su diario íntimo. "Al darse cuenta de todo, tuvimos una gran pelea. Terminó con los paramédicos, porque a Gabriel le agarró un ataque de nervios." Ese fue el final del noviazgo, pero no de la relación, que continuaría hasta el final de sus días.
Para Ricardo, la ruptura de su relación fue un mensaje: se había dado cuenta de que quería ser libre de verdad. Y eso implicaba no tener parejas ni ataduras sentimentales. Soledad, libertad, fiesta y una vida gay a pleno. Para semejante vida, todos le recomendaban un solo destino: Miami.