"Cthulhu puede nadar lentamente, pero siempre nada hacia la izquierda", afirmó una vez el pensador neorreacionario Curtis Yarvin. Es una de esas frases que están de moda en las tendencias políticas nacidas post-2008, ese gran movimiento crónicamente online, virgo y shitpostero que hoy llamamos "nuevas derechas", concepto ya solidificado hace más de una década. A los teóricos que cambiaron la academia por un blog les gustan las grandes generalizaciones y otorgarles identidades políticas a cosas que no las tienen; otro ejemplo remanido viene de Peter Thiel: "Las criptos son libertarias, la IA es comunista".
Con su declaración, Yarvin se estaba refiriendo a un supuesto avance irremediable de las sociedades hacia el progresismo. De alguna manera, no está tan lejos de lo que pensaba Martin Luther King Jr. cuando decía que el arco del universo moral "es largo pero se dobla hacia la justicia"; de hecho, es tan cercana que parece un plagio. Cambia, claro, la valoración: MLK lo decía con esperanza, Yarvin con nihilismo.
Pero más allá de estos detalles, la frase es interesante: ¿por qué elige el teórico NRx –la llamada "Ilustración Oscura"– personificar el devenir político de la sociedad con el nombre de Cthulhu? Quizás porque es una referencia clara para sus lectores. Ese nombre impronunciable es una creación de H. P. Lovecraft, escritor maldito que fundó una forma radical de imaginar el horror. El ser en cuestión es alienígena, imposiblemente antiguo, y duerme en las profundidades infinitas del océano, siempre amenazando con despertar. Como metáfora, es útil para describir las estructuras impersonales que gobiernan nuestras vidas, externas a lo humano, a veces invisibles pero sin embargo terriblemente poderosas.
La obra de Lovecraft ha sido siempre útil para pensar la política. Primero, porque contiene una política: por supuesto que está ahí, en el pensamiento eugenésico de Lovecraft, para quien el horror reside siempre finalmente en una forma de degeneración racial o violación de un orden puro. Pero hay algo más: a casi 90 años de su muerte, una y otra vez se ha vuelto a Dunwich y a Innsmouth, a los Shoggoth y a Nyarlathotep, para elaborar ideas políticas tanto reaccionarias como revolucionarias, conservadoras y hasta progresistas. En este siglo, el siglo de Lovecraft, Cthulhu puede ser de izquierda o de derecha.
¿Por qué tanto interés en un autor de terror pulp, de novelas comerciales y populares, cuyas ideas eran más bien extravagantes? ¿Por qué fascistas y comunistas toman por igual a un tipo que despreció a Hitler por haberle hecho mala prensa a la eugenesia? Eso es lo que quiero pensar en este texto, a través de tres palabras clave: realismo, exterioridad y alienación. Cada uno de esos ejes forma un nudo de debates y disputas por el legado del horror cósmico no sólo como literatura sino también como herramienta para intervenir sobre el presente.

Realismo: ¿este u otro mundo?
Puede parecer curiosa la cita de Yarvin que da inicio a este texto. A fin de cuentas, todos sabemos que "Lovecraft es de derecha", no sólo por sus ideas personales sino porque esa es la lectura política canónica de sus textos. Como dije más arriba, vamos a buscar discutir esa lectura unívoca y unidireccional del horror cósmico, pero no se puede negar que, mayoritariamente, se lo ha leído como una especie de padrino secreto del pensamiento reaccionario.
Dentro de esa rama, probablemente el lovecraftiano más popular sea Michel Houellebecq. En su ensayo H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida, el escritor francés hizo un poderoso alegato en defensa de un uso político de la obra de su par estadounidense. Houellebecq publicó este texto en 1991, bastante antes de terminar de dar su propio giro reaccionario, aunque nunca estuvo tan lejos. Bajo su pluma, el horror cósmico se convierte en un arma dirigida contra la corrección política y los intelectuales bienpensantes, no tanto porque tenga argumentos puntuales que apunten para ese lado sino porque porta una pasión: el odio.
El ensayo describe a Lovecraft como hundido en un desprecio radical por la existencia, una especie de pesimismo infinito sobre la posibilidad del bien. Houellebecq define este pensamiento como un "anti-realismo". De lo que está hablando es de un enfrentamiento radical a los discursos sobre la aceptación de la realidad como es: la vida no tiene sentido, pero la muerte tampoco. En el medio sólo hay sufrimiento. Lo que ofrece Lovecraft, lo que constituye su radical anti-realismo, es un rechazo sin concesiones al sistema de valores que nos dice que la realidad merece ser defendida. Su moral nos resulta repugnante –y debería– porque lo que encarna es una negatividad inmensa.
Cuando publicó su ensayo, Houellebecq causó sensación. Probablemente porque nadie había condensado tan bien una intuición: que "hay algo no literario en Lovecraft", o quizás más que literario, es decir, algo político. Hoy, sus ideas nos pueden parecer un poco trilladas, quizás poco elaboradas. Sí, el horror cósmico nos pone "contra el mundo, contra la vida", pero, ¿a favor de qué?
Un posible refutador de Houellebecq es el filósofo estadounidense Graham Harman, autor de un libro sobre el horror cósmico que parece enfrentarse a la tesis del anti-realismo desde su mismo título: Weird Realism, o Realismo Raro. La operación de Harman no es tan interesante (básicamente consiste en tomar un enorme listado de ejemplos para convertir a Lovecraft en un exponente de su teoría filosófica personal, la Ontología Orientada a Objetos), pero sí es relevante su táctica. En lugar de poner a Lovecraft "contra" la realidad, descubre en él una tendencia a describir la realidad de una forma extraña. Sin embargo, no termina de quedar claro cómo esto es compatible con el evidente odio que expresa su horror por la vida y el orden cósmico.
Alguien que puede ofrecer algunas pistas para eso es Mark Fisher. En su injustamente olvidado libro Lo raro y lo espeluznante, ubica a Lovecraft como primer exponente de una forma literaria que define como "raro" (hoy estamos en medio de un boom de una nueva generación de este género, el new weird). En el capítulo que le dedica, encuentra una vía para resolver el problema que plantea para Lovecraft el realismo: lo que describe como un "hipernaturalismo: una visión extendida de lo que contiene el mundo material" y llega a postular que se trata de una obra sobre el trauma. No se trata, sin embargo, de un trauma en el nivel psicológico individual, sino en una escala trascendental: la experiencia misma aparece desgarrada porque la realidad está cruzada por "una especie de conmoción trascendental", o, podríamos decir, cósmica.
Contradiciendo a Houellebecq, Fisher postula que lo que Lovecraft desprecia es "lo mundano". No está contra el mundo, sino contra este mundo, en defensa de un mundo más extraño. Así pasamos de una hipótesis política, la del Lovecraft anti-realista de Houellebecq, a una hipótesis ontológica, la del Lovecraft materialista-raro de Fisher y Harman. Pero esta segunda lectura, por más que no se vincule directamente con las diatribas reaccionarias contra el progresismo, tiene algunas consecuencias políticas muy interesantes.

Exterioridad: Cthulhu y el Capital
Cuando Fisher lee en Lovecraft una tesis cosmológica sobre un trauma trascendental, ¿en qué está pensando? Probablemente en algunos de los debates que tuvo cuando formaba parte en los '90 de la Unidad de Investigación sobre Cultura Cibernética (CCRU, por sus siglas en inglés), un grupo de estudios que combinaba lecturas heterodoxas del marxismo, el ocultismo, la cibernética y el horror cósmico en un cóctel bastante extraño. Su máximo exponente es Nick Land, quien forjó gran parte de su pensamiento (y de sus menos conocidos escritos de ficción) en diálogo con Lovecraft. Pero no habría que dejar de lado al iraní Reza Negarestani, que escribió un libro de teoría-ficción donde considera al petróleo como una especie de Gran Antiguo lovecraftiano, y desarrolló una filosofía sobre el "geotrauma", una especie de lectura psicoanalítica de la historia geológica del planeta.
Todo esto sirve para decir que Lovecraft es quizás el principal inspirador de eso que se conoce como aceleracionismo. Alejándonos de las discusiones más pueriles de Houellebecq sobre la corrección política en Francia, muchos autores vieron en el horror cósmico una clave para pensar el capitalismo.
Pero empecemos por el principio. El motivo por el que Nick Land se acerca a la literatura de Lovecraft es porque le permite un escape no tanto del realismo como del antropocentrismo: de la visión egocéntrica del ser humano. Lo que le interesa pensar es la posibilidad de trascender los límites de la razón y la experiencia humana, y encontrar caminos para acceder a la realidad material en sí. En Lovecraft encuentra una forma de mirar el abismo. Como bien explica Fisher, sus historias suelen invocar un encuentro con un Exterior radical, algo que se encuentra completamente fuera de la escala y la experiencia humana, pero que aparece en nuestro interior (como ocurre con el narrador de La sombra sobre Innsmouth, que encuentra que los incomprensibles seres Profundos ya son parte de su linaje, que están literalmente en su sangre).

Sólo más adelante, y habiendo abandonado la izquierda marxista en pos de la derecha reaccionaria, Land va a conectar esta lectura con su comprensión del Capital. Se trata, justamente, de entender el orden económico como fundamentalmente anti-humano, una estructura infinita e impersonal, que describe como literalmente alienígena.
Quizás una buena forma de entenderlo es pensar en los Shoggoths de En las montañas de la locura: seres casi carentes de razón o agencia, amebas colosales sin forma ni sentido. En el relato que encuentran los exploradores de la novela, estos seres eran originalmente una especie de esclavos, pseudo-animales al servicio de los Antiguos, pero ante quienes eventualmente se rebelaron y consumieron. Land va a leer en esto una alegoría estricta del tecnocapital como una entidad idiota, sin voluntad, que se convierte sin embargo en sujeto de la historia y pasa a dominar a la humanidad (hoy el mito podría ser protagonizado por la IA y nada cambiaría demasiado).
Pasamos entonces de un Lovecraft anti-realista a uno que es más bien anti-humanista. Pero, ante esa descripción de un cosmos completamente ajeno a la raza humana y que sólo puede causarle sufrimiento, ¿qué se puede hacer?

Alienación: el pesimismo y sus vías de escape
No es muy difícil encontrar en Lovecraft una analogía con la noción de alienación. De hecho, aparece en una forma extrañamente literal: una y otra vez sus personajes descubren que ellos mismos son alienígenas, que son productos de un mestizaje con seres no humanos, que no se pertenecen a sí mismos sino que son objetos de fuerzas cósmicas extrañas. Una lectura semejante sobre el mundo sólo puede ser pesimista: todo lo que hay es extrañamiento, dolor, impotencia. De hecho, muchas veces Lovecraft se cruza con una contradicción: ¿es el cosmos que construye efectivamente indiferente respecto a la humanidad, o activamente maligno y opuesto a ella?
En este último caso, estaríamos ante una restitución del antropocentrismo: aún como víctimas, volveríamos al centro de la escena. Algunos lectores de Lovecraft quisieron encontrar un posible humanismo en él: Harman, por ejemplo, señala con suspicacia que los personajes humanos de sus cuentos siempre logran dañar a los seres Antiguos, morderlos, herirlos de alguna forma, aun si nunca llegan a efectivamente vencerlos. En su libro, se pregunta si no podría existir, del mismo modo que el horror cósmico, una forma de "amor cósmico", igualmente extraño y alien pero invirtiendo el dolor por placer. En una línea similar, siempre recuerdo este viejo videoensayo que postula una posible lectura queer de Lovecraft; un ejemplo similar aparece en el videojuego Night in the Woods.
Otros se niegan a abandonar la crítica lovecraftiana al humanismo. Para ellos, lo interesante está en la línea de fuga que ofrece, la posibilidad de escapar de todos los valores y las premisas morales que aceptamos. En la medida en que el horror cósmico se ubica en el límite de la experiencia, casi más allá de toda razón o sentido, nos confronta con el sinsentido de la realidad y nos fuerza a ir más allá. Políticamente, esto suele arrojarnos a posiciones radicales: de la psicosis al fascismo a veces no hay más que un paso. Y Land es quizás el mejor ejemplo de ello: en un brote, se mudó a Shanghai y empezó a adorar al Capital como una especie de Gran Antiguo apocalíptico. El problema es que muchas veces esas lecturas terminan de nuevo en la anti-progresía banal de Houellebecq, preocupado por asuntos como el lenguaje inclusivo o las políticas de bienestar social. Asuntos mundanos, demasiado mundanos.
Una alternativa distinta plantean el filósofo Eugene Thacker, autor de tres libros sobre "horror y filosofía", y el escritor Thomas Ligotti, novelista de terror. Sus enfoques sobre el horror cósmico se centran en una pasión distinta a la resistencia humanista o la fuga psicótica: eligen el pesimismo. Ligotti tiene un ensayo titulado La conspiración contra la raza humana, donde sostiene que la conciencia es un error, un glitch de la evolución que sólo es capaz de producir sufrimiento; Thacker habla de un "pesimismo cósmico", una falta de creencia en que exista algo así como un orden provisto de sentido. Ambos parten de Lovecraft, de su entendimiento alienígena de la condición humana.

Pero lo que ellos descubren en los mitos de Cthulhu es que no todos los pesimismos son iguales. Hay pesimismos que nos pueden hundir en la impotencia, en el detenimiento, obligarnos a rendirnos. Pero también puede haber pesimismos que hagan lo contrario: que, en lugar de desmovilizarnos, nos movilicen. Porque lo que Lovecraft entiende, y lo que comprenden leyéndolo Houellebecq, Land y tantos más, es que es imprescindible que nos libremos de ilusiones sobre el cosmos. Que sólo si dejamos de creer que las cosas guardan algún sentido compatible con lo humano y podemos enfrentar la contingencia absoluta de nuestra posición en el mundo, bajo esa condición hipermaterialista, alienada, esencialmente rara, podemos ser libres. Quizás habremos perdido muchas de las cosas que reconocíamos como propias. Pero, como le pasa al narrador de Innsmouth, esa pérdida va a valer la pena.
En palabras de Lovecraft:
"Ahora todas mis historias están basadas en la premisa fundamental de que las leyes e intereses humanos comunes son emociones que no tienen validez o significancia en el vasto cosmos. (...) Para lograr la esencia de la externalidad real, sea del tiempo o el espacio o la dimensión, uno debe olvidar que cosas tales como la vida orgánica, el bien y el mal, el amor y el odio, y todos los demás atributos locales de una raza insignificante y temporaria llamada 'humanidad', tienen cualquier clase de existencia… Pero cuando cruzamos la línea hacia lo desconocido ilimitado y horrendo, el Afuera acechado por sombras, debemos acordarnos de dejar nuestra humanidad y terrenalismo en el umbral."