¿Así es como dicen que se siente el futuro?
¿O sólo somos 20 mil personas paradas en un predio?
["Sorted for E's and Wizz", Pulp]
Es un día hermoso. Es un día nuevo. Estamos juntos, estamos unidos y es por la causa, porque juntos tenemos poder (separados, nos apalean). Hoy, en este programa, vamos a escuchar gospel y rhythm and blues y jazz. Son sólo etiquetas. Sabemos que la música es música. Eso dice la voz al inicio de "Come Together" de Primal Scream (Screamadelica, 1991). Este domingo fue un día hermoso, fue un día nuevo, y estuvimos juntos por la causa nacional conocida como ir a festivales de música. En este caso el Music Wins. Tocó Primal Scream, tocó Massive Attack (con Horace Andy y Elizabeth Fraser de Cocteau Twins), tocó Yo La Tengo y tocaron bandas argentinas en alta resonancia: Winona Riders, Camionero, Fonso y las Paritarias. Tocó festival.
Hay incontables escenas de festivales que constituyen momentos míticos en la cultura musical argentina. De los que son canónicos, mi favorito es el sprint de Adrián Dárgelos + Intoxicados y Pity Álvarez + Babasonicos en el Pepsi Music 2006, que en lo personal fue la consagración en el altar-escenario de todo lo que había sido mi entramado cultural sub-20. Todos tenemos anécdotas personales, caprichosas, que quedan fuera de las coberturas, de las crónicas de los shows. Y que son interminables porque hay incontables festivales, repito, y como muestra sólo voy a citar cuatro sobre los que ya escribimos en 421, más que nada para poder linkear a esas notas y que vayan a leerlas (Knotfest, Creamfields) y a revivir sus mejores ratos (Quilmes Rock, Cosquín Rock) –todavía no, después–. Esto de hoy no es ni una crónica ni un comentario del festival. No sé qué es.

Lo sentí la noche de Babasonicos más Intoxicados y lo sentí en el Music Wins: es mágico cómo ciertos artistas en algunos festivales le dan magnitud a nuestras greys. Esa gente que te acompaña en los gustos, puede que también te acompañe en las ideas. Toda esa gente que ampara tu deformidad y lo mutante de tus placeres auditivos. No siempre pero, repito, ciertos artistas en algunos festivales imitan la fuerza de la muchedumbre de las marchas espontáneas, de los festejos deportivos. Igual tampoco es para tanto y no son más que un bálsamo, porque de ningún festival se hizo una asamblea y de hecho está lleno de boludos en X que no sabían dónde paran el péndulo los de Primal Scream y Massive Attack. Anoten, nenazos, que con artistas de verdad el combo es completo.
Lo que pasó está en la palestra pública. Bobby Gillespie es escocés, independentista, hijo de socialistas, cree en la política de clases y señala el genocidio palestino como parte de una operación global ahora manejada por tecnofascistas (más detalles acá). En su show en el Music Wins, en Mandarine Park, y al igual que en tantas otras paradas de su gira, tomó una bandera palestina que le tiraron, la flameó y tuvo algunas palabras al respecto. Enseguida, Massive Attack clavó un show de altísimo impacto musical, con los agregados de la leyenda del roots reggae Horace Andy y la pionera dream pop Liz Fraser. Robert "3D" Del Naja portó brazalete de Viva Palestina y todas las visuales se plantaron alrededor de ideas de cibervigilancia, operaciones psicológicas y conspiraciones en el seno del poder. Una propuesta demodé después de Black Mirror, dijeron algunos. Un poco de fina esencia Massive Attack, digo yo.

La cosa es que desde el más precario festipunk en un living con humedad y envases marrones por el piso hasta el más concheto y poser de los eventos, los festivales de música, de rock o festivales a secas son parte de la teta cultural que sigue mamando cualquier porteño-bonaerense sub-40. Como las plataformas de streaming, las consolas, el autocultivo, la fluidez de género, los kioskos de empanadas, el monotributo, los monoambientes o el peronismo sugar-free poskirchnerista, los festivales son parte de una retícula de contención cultural pero también biológica.
La música es una expresión genuinamente animal, que está en la base de nuestra especie y que evoluciona a la par de la humanidad, lo cual incluye los progresos técnicos y descubrimientos sobre la naturaleza y la composición de las cosas. Básicamente, la dupla que se arma entre nuevas tecnologías + nuevas drogas como el launchpad de las constantes innovaciones en el arte, la industria y el mercado de la música. Pensé mucho sobre la música en abstracto en el último tiempo, porque venimos de subir una revista de 421 temática de música, vengo de meterme al submundo de la batería, de tocar con mi banda la semana pasada y de sentir el salvataje de la música entre el hastío como una forma de introspección muy honesta y muy necesaria.

Estamos realmente al filo del mañana. La evolución de la máquina permite vigilancia, manipulación y mercadeo a niveles cuánticos si se los compara con las decrecientes capacidades de agencia y discernimiento humanas. Con personas autoexplotadas, precarizadas, vaciadas de deseo, sobremedicadas, entregadas a la crueldad o sumergidas en la depresión, con gente que llega tarde a todos lados y entrega todas sus tareas tarde, nos presentamos a la batalla con el temple más blando de todos los tiempos (generación de cristal, cancelación, doomscrolling et al). Y del otro lado está la máquina infernal, más papoteada que nunca, esnifándose nuestros datos y empalándose con nuestras compras.
Llámenme boludo, pero todavía encuentro algo de esperanza en un estribillo cantado en medio de la manada. Una esperanza que es individual, de clase y para la especie. Una esperanza en nuestros reductos de rareza, delirio, belleza y felicidad, que son las bandas que nos gustan, nos emocionan y nos calientan.