La Cybernetic Culture Research Unit (CCRU) se formó alrededor de 1995 dentro del Departamento de Filosofía de la Universidad de Warwick, Reino Unido, bajo la influencia de Nick Land, Sadie Plant y Mark Fisher. Desde allí se convirtió en el órgano oficial de un movimiento que marcaría el pensamiento de las décadas siguientes, primero en forma subterránea y subrepticia. Luego, ya con el advenimiento de internet y la cultura globalizada, alcanzaría una notoriedad nada despreciable, contaminando con sus ideas la cultura contemporánea. En la segunda década del segundo milenio el aceleracionismo se convirtió en una forma de escribir filosofía, en una moda editorial y en meme.

El impacto de esta organización anárquica y sus elucubraciones filosóficas y pseudo filosóficas puede ser apreciada en su total magnitud recién ahora que los conceptos ahí elaborados forman parte de la vida cotidiana. El gran responsable detrás de esta invasión cognitiva descentralizada es Nick Land, a quién le dedicaremos las próximas cuatro mil palabras.
Para evitar el tedio, vamos a partir el artículo a la mitad. Esta es la primera parte. La segunda se publicará este lunes 8/9. Pero las dos conforman un mismo corpus.
El antecedente: Mark Fisher como fenómeno editorial argentino
Esta historia comienza, en castellano, con la introducción de tres textos claves de la mano de Caja Negra en el espacio editorial argentino. Entre 2016 y 2017, la editorial publicó Después de la finitud, de Quentin Meillassoux; la recopilación Aceleracionismo; y Los fantasmas de mi vida, de Mark Fisher. Con esa triple operación y el éxito de circulación de esos textos en la cuenca del plata, la editorial se garantizó de paso la circulación del memeplex aceleracionista en Argentina. Y, con ello, un público cautivo para sus libros. Chapeau.
La introducción de Mark Fisher al meme pool argentino trajo consigo una serie de reflexiones que se volvieron parte del sentido común de los intelectuales de izquierda entre 2017 e inicios de la pandemia. Y consolidó la máxima fundamental que popularizó la filosofía del autor : "El capitalismo capturó la imaginación del futuro en un eterno presente condenado a repetir constantemente el imaginario del pasado".
Ese mantra que se volvió vox populi dentro de la crítica argentina, las reseñas y el pensamiento especulativo de internet, es producto del ingenio para nada despreciable de Mark Fisher, con el cual yo, particularmente, nunca tuve ningún tipo de simpatía. Nunca me llevé muy bien con filósofos suicidas. Más allá de la simpatía del aura asfixiante y sin salida de ese tipo de obra, es manifestación de una insatisfacción constitutiva incompatible con el hecho de estar vivo.
Entiendo la visión pesimista, la crítica al capitalismo, pero los proyectos de autodestrucción personal personalmente no me interesan. Así y todo, Fisher tiene muchas cosas rescatables si se lee con ganas. Destaco de esa forma de ver el mundo el concepto de hauntología, que es interesante y permea gran parte de su obra. Fisher toma el concepto de Derrida y lo aplica a la cultura pop, donde señala una "melancolía cultural" en la que seguimos reciclando formas del pasado porque hemos perdido la capacidad de imaginar futuros radicalmente distintos.
Para mí, que venía de leer Retromanía, del crítico Simon Reynolds (que también publicó Caja Negra), me parecía un concepto al cual por lo menos había que prestarle atención, más allá de si estaba de acuerdo o no con su diagnóstico. Puntualmente porque la cultura pop de la década del 2010 fue un gran refrito de épocas anteriores –pienso en Marvel Studios y su impacto general– y Fisher supo capturar ese mecanismo, para extrapolarlo en una condición fundamental del presente.
Para Fisher, el futuro está obturado por completo por el pensamiento capitalista, que sólo puede repetir lo ya pensado y convertir la cultura en una máquina de extracción de dinero a partir de la explotación de la nostalgia. Nostalgia por un mundo perdido pero también por un futuro que nunca va a suceder en tanto estamos atrapados en una repetición constante del presente.
Mi llegada bastante tardía a Fisher (creo que en 2019-2020) sería el material base para meterme en lo que por entonces se llamaba "aceleracionismo". Concepto que hoy. junto con otros primos cercanos como el de "ilustración oscura", me dan más vergüenza ajena que otra cosa. No por los planteos en sí sino por la popularización del concepto, que lo vació por completo y lo redujo a su expresión más básica. Muerto por saturación.
Cómo sea, el rodeo a la filosofía de Fisher tiene que ver con que detrás de esa moda cultural-editorial esperaba sentado Nick Land: el apóstol del caos, el pensador del anti humanismo, el terrorista cognitivo, el discípulo de la máquina deseante.
Bitcoin como colectora para entrar a Nick Land
Mi encuentro con el pensamiento de Nick Land se da en un momento de cambio y curiosidad muy fuerte en mi vida. Corría 2018 y yo venía de un cambio de trabajo importante, después de varios años en el mismo lugar: una situación que se había vuelto totalmente repetitiva y que me generaba frustración, pero de la que no podía salir. La vida.
A principios de 2018 entré a trabajar en Ripio como "editor de contenido". En menos de un año había cambiado del trabajo más aburrido y repetitivo del planeta a estar en una startup cuya principal fuente de ingresos era la compra-venta de Bitcoin. Me sentía en la vanguardia de las cosas. Mi trabajo consistía en traducir ese universo para la mayor audiencia posible y, así, conseguir nuevos clientes. Era el trade-off por vivir de escribir. Era la primera vez que iba a vivir de escribir en internet. Algo que en mi cabeza siempre había pertenecido al universo de lo imposible.
Como adicional me tocaba leer y aprender de una tecnología que en ese momento todavía se vendía cómo "revolucionaria". Ese año entero mi trabajo consistió en meterme a fondo a entender Bitcoin y Ethereum, entender sus fundamentos si es que había, y tratar de traducir eso para el público no especializado. A mediados de 2019, en plena búsqueda de textos con cierta complejidad teórica, me topé con Crypto-Current: An Introduction to Bitcoin and Philosophy, de Land. El texto parecía sacado de una novela cyberpunk:
The cybernetic consistency of the Bitcoin protocol is simultaneously technological and economic—we might (and shall) continue to say "techonomic". Its achievement is inseparable from an orchestration of cryptographic procedures and financial incentives, such that exploitation of its economic opportunities automatically reinforces its technical operation.

Ya en un párrafo de este tipo podíamos intuir el tipo de arsenal teórico con el que el buen Nick contaba. Cultura cibernética, capacidad de inventar neologismos en base a yuxtaposición de conceptos, loops de retroalimentación, lecturas por derecha de Marx, ¿que más se podía pedir? Un texto no melancólico y no depresivo, sino técnicamente correcto que, además, era pro-capital. ¿Qué tipo de herejía era ésa? Pero sin dudas lo que sacó el último clavo del ataúd fue este párrafo, con su subsiguiente nota al pie:
§3.1 [..] Capital is essentially capitals, at war among themselves. It advances only through disintegration. If—not at all unreasonably—the basic vector of capital is identified with a tendency to social abandonment, what it abandons most originally is itself. That is why the left finds itself so commonly locked in a fight to defend what capital is from what it threatens to become.[..]
Nota al pie: Marx is not blind to any of this, although he tends to complacently bracket it as a self-destructive contradiction. The Communist Manifesto is especially stark in this regard. Continuous auto-liquidation of the establishment is modernity’s installed regulative idea. Recent history has only confirmed the insight. Capital revolutionizes harder, deeper, and faster than "the Revolution". Its lack of attachment to itself exceeds anything the left has been able to consistently match. Capital’s scandalous immortality is derived solely from its inventiveness in ways to kill itself. There is no serious way in which it could die that is not more intensely effectuated as a functional innovation within itself. Revolutionary capital proceeds through disintermediation.
A partir de estos párrafos sabía que me había encontrado con uno que le pegaba distinto. En apenas un párrafo y una nota al pie el tipo me daba una definición no sólo de cómo operaba Bitcoin, sino de todo el capital y su clásica dinámica de "destrucción creativa" pero en el mismo corazón reproductivo del sistema. Todo lo que la izquierda señalaba como peligroso y potencialmente destructivo no era más que un sistema de competencia y destrucción dentro del mismo capitalismo. Una máquina de asimilar la diferencia y la innovación, y de usarla para permanecer en el tiempo, cambiando todo lo que haya que cambiar menos el hecho de existir.
Para colmo, tenía la comprobación inmediata de la veracidad de esta información dado que yo trabajaba en una industria cuya finalidad era destruir el sistema financiero anterior y obsoleto para convertirlo en una máquina aún más perfecta, más eficiente y totalmente enraizada en circuitos cibernéticos. Podía ver, yendo de la cama al living, el proceso del dinero devenir software y el software devenir infraestructura global financiera y la capacidad de esfuerzo humano puesto en integrar ese universo al mundo financiero preexistente: canales de comunicación entre el sistema de pagos antiguo (los bancos), el crédito de consumo (las tarjetas) y los inversores tradicionales.
Fast Forward a 2025: Black Rock maneja uno de los fondos de inversión de Bitcoin más grandes del planeta. Land le ganó a Fisher por paliza.
Pasando revista al arsenal landiano

A partir de este descubrimiento de la potencia destructiva del pensamiento Landiano, no me quedó otra que profundizar en el pensamiento del tipo. Fundamentalmente porque es un acercamiento a un problema que me va a acompañar toda la vida: el capitalismo y su evolución. Es el problema político por definición. En segundo lugar, porque te saca de una posición netamente defensiva conservadora en la cual sólo se puede aspirar a "frenar el proceso"; es decir, devenir un loop de retroalimentación negativo. O, por lo menos, si asumís esa opción ya sabes cuál es tu tarea y cómo tenés que lograr la máxima eficiencia en ese tipo de sistemas.
Pero también porque es una lectura por fuera de la dicotomía tecno-optimista o tecno-pesimista. Es una superación de esa contradicción. No estoy en lo más mínimo de acuerdo con el proceso que describe Land o que intenta crear, pero son definiciones tan operativas que me permiten pensar escenarios realistas en torno a esos problemas. La pátina optimista de la tecnología también es un obstáculo epistémico. La ideología nativa de Silicon Valley, que es una especie de cruza entre Steve Jobs y Cris Morena, es una desgracia.
Por otro lado, la creencia de que la tecnología sólo destruye es una forma bastante sesgada de mirar el asunto, en tanto sea una parálisis del pensamiento y no una herramienta de acción política. ¿Querés hacer la del Unabomber? Te recontra respeto, pero estar en situación permanente de llanto –"Buuuaaa, la tecnología es mala"–, sin hacer absolutamente nada, es una posición de la que prefiero huir totalmente. Sí, el cibercapitalismo es una mierda, pero necesito entender cómo funciona si quiero sobrevivir al mundo que viene, que es a todas luces visiblemente más jodido, más complejo y más criminal que el que estamos dejando atrás.
Land no sólo retira la pátina tecno-optimista del capitalismo sino que también, en el proceso, se coje a peluche al voluntarismo naif transhumanista, cuyo origen no es ni más ni menos que la continuación del proyecto ilustrado y la filosofía Kantiana (algo asumido por el propio Nick Bostrom en el Manifiesto transhumanista). Land devela el origen terrorífico de la máquina de guerra que es el capitalismo, el ciber campamento de guerra nómada cuyo fin último es parasitar la Humanidad a máxima velocidad para lograr un escape de todo límite posible. La constitución netamente genocida del proyecto ilustrado.
Leer a Land es el equivalente de pasar de escuchar el Magical Mystery Tour de los Beatles, donde el rock es una fuerza de liberación progresiva y bienestar colorido, a Angel of Death de Slayer, que canta sobre Josef Mengele a máximo volumen y con un riff que no te va a soltar hasta matarte y tirarte en una zanja.
Pero el giro landiano se basa no en una crítica a este sistema-proyecto si no en una descripción y exaltación del mismo. De ahí el odio cosechado sistemáticamente por sus detractores. Land no es un humanista sino todo lo contrario. Es un apóstol del mecanismo más deshumanizante jamás creado por la propia humanidad. O tal vez se inventó a sí mismo en el futuro y desde allí invadió lo humano.
Para entender entonces el giro, tenemos que asir algunos de los conceptos o herramientas conceptuales que usó Land para desplegar esta estrategia de A) identificación con la naturaleza monstruosa e ingobernable del capitalismo B) convertirse en su más acérrimo acólito teórico.
Para ello vamos a tipificar algunos conceptos clave como hiperstición, loop de retroalimentación, máquina deseante, sistema de seguridad humano y toda otra caterva de conceptos que parecen salidos de una pantalla de alerta del cuartel general de Nerv.
Pero eso lo vamos a hacer en la segunda parte de este artículo.