Hace muchos años, en un extinto blog mío, escribí una elegía a la celebración de Navidad. Mi idea para este artículo es revisitar los conceptos de aquel posteo de vdpraxis y ver cómo se sostiene con el paso del tiempo y si sigue siendo relevante. Y, por qué no, con algunas herramientas conceptuales más en el arsenal, refinar un poco esa defensa. Por otro lado, revisando algunas de las cosas del blog, me asombran las similitudes con 421. Nada, cosas. Vayamos entonces al grano.
Algo que comentaba en ese posteo de hace 12 años era que la Navidad había pasado de ser una fiesta con una aceptación casi universal en la cultura argentina a volverse un tópico con cierto nivel de controversia. O quizá simplemente fue que cuando escribí ese artículo estaba exponiéndome a opiniones de redes sociales que no eran tan unánimes como las de mi entorno. Cómo saber. Lo cierto es que la sociedad argentina atravesó varios procesos de cambio, en especial un proceso de secularización, de pérdida de relevancia de la Iglesia Católica como factor de homogeneización cultural, junto al ascenso de la cultura evangélica. Hay ríos de tinta escritos sobre cada punto, por lo cual casi ni vale la pena explicarlo. De hecho, ya tengo un artículo sobre eso.
Más allá de estos procesos obvios, hay algo muy relacionado con la cultura argentina, y es el hecho de que no tenemos un calendario festivo amplio. Es decir, no somos de festejar demasiado las cosas. Por ejemplo, nuestros vecinos chilenos festejan sus fiestas patrias con tres días de feriados. Los judíos tienen varias fiestas en su calendario: Hanukka, Yom Kippur, Año Nuevo y demás. Las familias practicantes, o las respetuosas de la tradición, están acostumbradas a juntarse varias veces por año a celebrar. La cultura norteamericana, además del clásico calendario cristiano, agregó Halloween y el Día de Acción de Gracias. En cambio, si sos un argentino goy promedio, lo único que tenemos en el calendario es Pascua, Navidad y Año Nuevo. Si nos ponemos exquisitos, o revisionistas, y se nos da por sacar las pocas fiestas que tenemos como tradición, eventualmente nos convertiremos en Uruguay. Una desgracia. Vale destacar la recuperación del carnaval en el calendario festivo de los últimos años.
Primero. Las fiestas son un evento especial en la vida cotidiana. Aparecen otros tipos de adornos, colores especiales, canciones alusivas, promociones, comidas y eventos. Rompen con la monotonía de la vida cotidiana, en la cual los días, las semanas y los meses son bastante parecidos a no ser por los cambios de estación. Pero no sólo son eventos especiales, sino que son de alcance colectivo. Cada uno tiene eventos particulares que rompen con la monotonía de lo cotidiano: cumpleaños, casamientos, recitales, salidas en pareja, feriados, escapadas y vacaciones. Pero las fiestas son un evento que cambia a todos al mismo tiempo. Hay algo muy particular en esa sincronicidad y en saber que casi todo el país, o su gran mayoría, el 24 de diciembre a la noche va a estar comiendo alrededor de una mesa y festejando un año más juntos.
Segundo. Es una fiesta que se celebra hace miles de años. Eso, de alguna forma, da cierta sensación de continuidad con un tipo de cultura. Cada tipo de civilización tiene su propia. Los judíos tienen sus fiestas, el islam la peregrinación a La Meca, los chinos sus años nuevos, los pueblos originarios sus respectivas festividades, en las culturas de base cristiana tenemos la Pascua y la Navidad. Mantener esas costumbres nos mantiene unidos a una tradición que nos antecede y que va a seguir existiendo cuando nosotros no estemos más. Es una forma de participar en algo más grande que nosotros mismos.
Tercero. Es una fiesta donde se celebra la abundancia. Por eso se come un montón, se hacen regalos y se tira pirotecnia. Porque de alguna manera se festeja desde el exceso. Se come a reventar, se chupa a reventar, se regalan cosas y, además, es un momento en que ese espíritu se vuelve un poco más solidario. Todo el mundo quiere que –por lo menos por un día– el resto de las personas puedan también tener algo con lo que festejar. Por eso mismo, las parroquias, los clubes, los comedores y diferentes organizaciones sociales hacen comidas especiales y juntan juguetes para que cada persona y cada niño tenga algo para comer y un regalo para recibir en esta época.
Cuarto. La Navidad está atravesada desde hace años por una disputa entre su sentido religioso y su instrumentalización por parte de la mercadotecnia. Quienes encabezan las objeciones desde el lado sacro argumentan que la Navidad es fundamentalmente una fiesta religiosa y que por lo tanto el centro debería estar puesto en el recordatorio de la encarnación de Dios en Jesús. Por otro lado, los adalides de la mercadotecnia señalan que la Navidad es una gran oportunidad para que los comerciantes tengan un día específico en el cual las ventas de sus negocios aumenten en forma considerable. Que toda la sociedad está abocada a hacer una gran comida familiar y a regalarle cosas a cada miembro de la familia es una oportunidad inigualable para que la economía tenga más movimiento, y esa función está representada en Papá Noel y en el mito fundacional de que los colores rojo y blanco son una psyop de Coca-Cola.
En mi caso, si bien entiendo ambos puntos, no creo que haya contraposición. En cuanto a poder memético, es innegable que el triunfo navideño es totalmente cristiano. Incluso la figura de Papá Noel –me da risa que en Chile le dicen "viejo pascuero"– tiene origen en un santo cristiano y su figura es parte del triunfo cultural de cierto paradigma. También es real la competencia con la figura de Jesús, pero realmente si nos ponemos finos, la figura de Cristo es omnipresente en las culturas de base cristiana mientras que Papá Noel solo tiene un día al año. Por otro lado, recomiendo en la medida de lo posible vivir al menos una vez en la vida la experiencia de disfrazarse del susodicho para sorprender a sobrinos o hijos y hacerles pasar la mejor Navidad de su vida.
Quinto. Por último, vale recordar la existencia de películas navideñas y especiales de televisión. No hay nada más lindo que estar el 25 tirado sin hacer nada, o el 24 cambiado esperando la cena familiar, mirando algún clásico navideño lleno de gente abrigada y toneladas de nieve mientras nos asamos lentamente al son de los 35 grados y el pionono lucha por mantener su forma.
A todo esto, no es menos importante –de hecho es el núcleo de la cuestión– el asunto de cómo uno se lleva con su familia. Para aquellas que se llevan más o menos bien, la Navidad es solo un día de tensión y puteadas pero de festejo en la mesa (dentro de los márgenes posibles). Para familias que son una cagada, la Navidad es la representación de todo lo abominable en la Tierra: estar obligados a pasar tiempo con gente de mierda. La única solución viable es pasar Navidad con quienes realmente son importantes para nosotros.
Sin mucho más, me despido, les deseo a todos una excelente Navidad y nos vemos la semana que viene, ya preparados para la otra gran fiesta del calendario: Año Nuevo.