Hace unos años me encontré con uno de esos posts completamente desquiciados de 4chan, que aseguraba que hay una guerra silenciosa entre esquizofrénicos y psicópatas. No creo que esto sea metafísica, pero sí una buena metáfora.

De vez en cuando encuentro más memes que se refieren al tema y expanden el lore. Mencionan figuras históricas y señalan dinámicas que profundizan la guerra. Es un instrumento de lectura que me voy a permitir usar como narrativa sintética.
Me pareció evidente que el creador del post tendría que ser esquizo. Espero que se haga obvio que este espectro psycho-schizo es más bien una correspondencia totalmente intuitiva de dos vectores en los bordes de lo humano y no la terminología psicopatológica. Ni siquiera hablamos de personas en sí, sino de dos naturalezas que se disputan en el humano y, a veces, tienen predominio sobre la otra.
Voy a intentar apelar a las vivencias que todos tuvimos para entender a qué se refiere uno con "esquizo" y "psico".

Siendo más relajados y coloquiales con los términos, tendemos a imaginar al esquizo como el sujeto que se ha liberado del aparato de captura del deseo, y al psicópata como la persona falta de empatía que captura y manipula la infraestructura simbólica producida por otros.
No estoy inventando nada nuevo, estoy combinando tradiciones dispersas para crear un marco heurístico: se me ocurre la percepción intensificada de flujos de D&G (Deleuze y Guattari), la captura de la que habla Land, pero sin su antihumanismo –¿o sí?–, la tendencia deshumanizante del sistema que menciona Bifo Berardi y el tropo de todos los pares de opuestos que se te ocurran.

Siempre me gustó recolectar divisiones arquetípicas porque, además de ser lúdicas, sirven para reconciliar este mundo desconectado. Esta clase de interfaces narrativas permite entenderlo todo en el lenguaje más comprensible que tenemos: los cuentitos. Acá voy.
Chamanes
Allá lejos y hace tiempo, cuando todavía vivíamos entre las grietas de no saber qué carajo estaba pasando, los esquizofrénicos se quedaban cuidando el fuego por la noche. Pasaban el rato mirando los astros. Escuchaban la voz de los dioses: chamanes cuyas leyendas hacían visibles los patrones del mundo, las estaciones y la migración de las aves. La gente tenía temor al sueño, por las fieras que depredan mientras dormimos, y el brujo, con sus leyendas, calmaba el corazón y los guiaba lentamente a cerrar los ojos.
Así se convertían en elegidos y guías. Interpretaban los astros y convertían la caída del sol en historias. Creían sintonizar con algo más grande, pero probablemente sea como dice Deleuze: "Una percepción intensificada de flujos". Sentían en la tripa algún patrón, algún augurio y, a falta de palabras, creaban un cuento para justificar la premonición. Eran los gauchos rastreadores que menciona Sarmiento en el Facundo, los campesinos que hoy conocen mejor su tierra que un agrónomo. Los que curan el empacho con una soga.
En ese rol de liderazgo se aseguraban de mantener a salvo a la tribu y de encaminar al grupo a tierras fértiles: el mar está raro, hoy no se pesca. Parte de ese rol natural es ser capaz de encontrar lo inhumano escondido entre los hombres, como diría Nick Land: "Lo esquizo es una máquina de detección de señales que no fueron diseñadas para el oído humano".
Fueron los primeros etnógrafos del mal, encontrando a ojo a los psicópatas. Las vibras están raras.
Monstruos
Pero, ¿cómo mierda explicás que el señor Unga-unga con su garrote es un hijo de puta que nos va a hundir a todos en la tribu? Se ve igual que nosotros y, de hecho, es hasta más carismático y convincente. Los esquizos fueron los primeros analistas de la tribu: veían correlaciones invisibles, conexiones improbables, gestos que no cuadraban. Sin embargo, carentes del manual conceptual de la psicología moderna, la única forma de comunicar su detección era narrativa: "Algo que parece humano, pero no lo es". De ahí nacen los monstruos antropomórficos: el hombre lobo, el wendigo, el vampiro.
Pienso en la etimología: "monstruo" proviene del latín monstrum, que deriva del verbo monere (advertir, recordar). Originalmente, significaba una señal o aviso divino de algo inusual o antinatural que debía interpretarse.

TL;DR: ves al séptimo hijo varón de Don Nicanor matando animalitos a los 9 años como si jugara al Pokémon Esmeralda y te das cuenta de que de grande no va a mejorar. Entonces, le decís a todo el mundo que de noche el pibe se convierte en lobo y se come las vacas. Una multitud enfurecida™ se encarga del asunto y vos te olvidás.
CEOs
El esquizo también se equivoca. La tribu ya no es pequeña. La intuición puede convertirse en paranoia y el lenguaje simbólico, tan poético y misterioso, se puede derrumbar. O, peor, intentando armar teorías sobre todo –como ahora–, se vuelve dogma. La metodología intenta ser replicada por aquellos sin el destello esquizo y no funciona más. Ahora todos matan a Nazareno Cruz sin falta al punto de que el presidente se tiene que hacer cargo. Entonces, cuando el símbolo ya no seduce, la tribu busca la otra cosa que pone un poco de orden: el vampiro, el monstruo. El psicópata entra como administrador del delirio ajeno. El esquizo, después de todo, también era un outsider.
Entonces, el psico prospera cuando hay demasiado mito y poca gestión; llega con dos metralletas en la mano gritando "KPIs", con Notion y con meter una call de status semanal. Así se fomentó el sedentarismo y la agricultura.

En vez de contar historias al fuego, el psicópata te encandila con un dashboard que te indica cómo sacarle provecho a todo. Y en este mundo, que primero te hace rehén como hijo y alumno para después volverte cómplice como padre y maestro, instrumentalizar todo es fundamental.
El psico y el esquizo leen la misma señal: uno la siente en la tripa y la convierte en cuento; el otro la mide en la red y la convierte en ventaja. Es una cuestión informacional. Uno mira a la tribu; el otro se mira a sí mismo. La misma información, dos naturalezas irreconciliables de percepción.
Locos, parias y vagos
En este mito, la operación relacional del chamán que crea monstruos es el CEO que crea parias. Entonces, el psicópata descubre que hay otros que pueden ver el flujo pero no saben aprovecharlo. Encuentran a alguien que detecta los patrones pero, para su sorpresa, no extrae valor de ellos. De hecho, no sabe cómo hacerlo.
Ven al esquizo que, en un principio, ha creado una estructura de sentido valiosa, explotable, pero lo dejan desbordar. Aprovechan el ruido para tomar el control del relato. Generan instancias de rechazo ante lo desorganizado para aislar a los únicos que detectan instintivamente al psicópata.
Los esquizofrénicos más extremos terminan siendo llamados locos o enfermos y son encerrados o abandonados. Los más afortunados, adyacentes a la normalidad, pueden desde quedar atrapados en trabajos mal pagos a simplemente mantener una relación incómoda con el mundo.

Mientras tanto, el psicópata se encarga de utilizar la estructura de sentido creada por el esquizo y reemplaza la salvación por la riqueza. No pueden permitir que un Diógenes se burle de su Alejandro Magno. ¿Cómo es posible que, teniendo toda la riqueza material, los monumentos y los edificios, arrasando las tierras, acaparando las glorias, el psicópata se tome el trabajo de expulsar a la única persona que no tiene nada?

Esto genera un ordenamiento que, finalmente, resulta insoportable. Es un mundo en el que en vez de ir al tornero a que te hagan el repuesto a ojímetro y que después funcione perfecto, tenemos que esperar cuatro meses a que llegue la pieza que te vale una fortuna. Inventan teorías de la raza, de la mujer, de la familia, inventan teorías de marca personal.
El psicópata llega a la paranoia en el sentido contrario al esquizo: en vez de desbordar, satura. Se pone secuencia, busca traidores por todos lados. Teme perder el control y entonces revienta. Nerón y el Gran Incendio de Roma, Napoleón en Santa Elena.
Pequeño modelo
Todos los humanos, en subculturas, empresas, religiones, plataformas, movimientos políticos, amistades y naciones, nacen de un mismo proceso: alguien percibe lo que no existe, lo crea y otro lo captura. La sensibilidad crea sentido; la instrumentalidad lo organiza. Cuando la organización se vuelve excesiva, el mundo se pudre. En esa putrefacción reaparece una señal débil, una intuición nueva, una sensibilidad distinta. Y el ciclo vuelve a empezar.
No es psicología ni propiamente ideología, es metáfora; de hecho, ni siquiera lo pienso en términos de izquierda/derecha sino más bien de forma transversal. Es el modo en que se crean, se degradan y renacen los sistemas de sentido. Un marco breve para entender por qué todo lo vivo se transforma, por qué todo lo rígido se descompone y por qué siempre aparece una chispa nueva donde nadie la esperaba.
Un ejemplo posible de este ciclo es el de las subculturas.
Apps y enshittificación
Un ejemplo que se me ocurre es ese fenómeno de internet mediante el cual una plataforma involuciona en una mierda. Intentaron gatekeepearla imitando al psicópata antes de que llegara, copiando sus lógicas de mercado en lugar de inventar nuevas.
Cory Doctorow, escritor y cuasifilósofo de internet, lo resume mejor que nadie: "Al principio, las plataformas son buenas con sus usuarios; luego abusan de ellos para complacer a las empresas; finalmente, abusan también de esas empresas para quedarse con todo el valor. Y mueren." En palabras todavía más simples: las apps se van volviendo una mierda.
El ciclo es conocido: encontrás una buena plataforma, se llena de anuncios, agrega una suscripción, después otra premium, hasta que un día no podés abrir tu heladera si estás atrasado con la cuota del Smartfridge Premium Gold Ultra Black 4K HD+ de Samsung. El resultado es la saturación total: plataformas inútiles, burocracias delirantes, trabajos que no producen nada y deseos algoritmizados. La enshittificación sería una enfermedad autoinmune.
Así, el hermoso caos creativo que supo ser internet terminó desbordado y colonizado por arcontes que ordenan el delirio para sacarle valor. De ahí los últimos avances en inteligencia artificial y también Mark Zuckerberg vestido como un jugador de la reserva de Aldosivi. El intento de fabricar un psicópata con esquizo-poderes. El caso contrario también se puede observar en esquizos a los cuales les intentan dar psychopowers. Creo que estas combinaciones son cada vez más frecuentes como señal del ocaso.

Es más fácil imaginarse el fin de coso que…
La fragmentación contemporánea suele interpretarse como caos espontáneo, pero en realidad es la consecuencia tardía del exceso de psicopatía. La aparición de elementos esquizofrénicos en esta estructura psicopática es señal de un nuevo ciclo. El sistema actual organiza tanto, filtra tanto y optimiza tanto que destruyó la posibilidad misma de un mundo común. Cuando la estructura se vuelve incapaz de producir sentido, lo que queda es un flujo esquizo: señales débiles o raras, nichos, microclimas, formatos que no duran nada. En dos semanas quemamos El Eternauta.

Vivimos en una esquizo por la micro y en una psicopática por la macro. Hay un sentimiento fragmentado y un sistema manipulador. Es la combinación menos estable posible y explica por qué la experiencia cotidiana se siente tan saturada y tan vacía al mismo tiempo. La idea de que es agotador estar enojado, pero también se siente irresponsable no estarlo.
La vuelta del Chamán
La novedad del momento no es la guerra silenciosa en sí, sino el desequilibrio a escala global. Durante siglos hubo un pacto en los períodos psycho: reyes con bufones tirapostas, Batmans y Jokers, un estanciero que iba al curandero. El psicópata entendía que necesitaba al esquizo para que lo viera entero y lo bajara a tierra de un gomerazo. Sabía del hubris. Alejandro se corre del sol cuando Diógenes se lo pide; Pilato duda antes de matar a Jesús. Aunque después, igual, pase lo que pase, hay un momento de reconocimiento.

Podría decir que esta guerra tiene su frente latinoamericano, donde la esquizofrenia es una herramienta de supervivencia normalizada por el sur, que ya vive en ese presente híbrido: postapocalíptico desde siempre. Facebook Marketplace, Cybercirujas, LT-HL, el tío que arma movidas con equipos prestados, pequeñas escenas cotidianas en las que el psicópata aún necesita de un guía por ese mundo desorganizado.
Hay que sostener esto como nuestra pancarta: rituales que no entran del todo en esa lógica de mercado. Cada vez que una comunidad se organiza alrededor de algo que no se puede monetizar tan fácilmente, se produce la vuelta del chamán.
Conclusión
Me atrevo a decir que ni vos ni yo sabemos qué carajo está pasando del todo. Muchos podrán afirmar que hay un nuevo malestar entre nosotros. Y si me preguntan si de verdad creo que hay una guerra secreta entre psicópatas y esquizofrénicos, les diría que sí, de una, pero que también ni en pedo. No porque la metáfora no funcione, sino porque ninguna metáfora alcanza. Son luces de vela: lindas e insuficientes.
Tal vez pensando un poco en la soberanía cognitiva, me encuentro reflexionando sobre la falta de lecturas laterales del presente. Necesitamos formas de ver el mundo que no aspiren a explicarlo por completo, pero que al menos nos permitan modular nuestra relación con él. Ni hace falta creer del todo, pero mastiquemos la realidad.
Algunos marcos destacan no por su exactitud, sino por su capacidad de destrabar posibilidades. Ahí tenés la teoría del mono dopado o la del cerebro bicameral: hipótesis discutibles que, aun así, abrieron maneras nuevas de pensar la conciencia.
Hoy, en los círculos que frecuento, parece haber un acuerdo tácito en el que hacer marcos de sentido es sospechoso porque rima con la conspiranoia. Otras veces, no se quiere formular una idea por parecer poco rigurosa o demasiado académica. Ni hablar del temor a decir algo que ya formuló alguien hace doscientos años. Mientras tanto, hay foros que crean narrativas donde el mundo es una mierda y hay que actuar violentamente en consecuencia. Dicen it's over, reinventan la frenología, teorías sobre la raza y el género con su propio vocabulario exclusivo. Muchos jóvenes que buscan sentido lo encuentran ahí. Es todo terreno que cedemos cuando no lo usamos.
Jugar a crear marcos de sentido no es manipular ni negar la complejidad de la realidad, es reclamar nuestro derecho chamánico de dejar de temer a las bestias.