Robocop (1987)
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Robocop es una de las obras maestras del director neerlandés Paul Verhoeven, quien supo lograr la alquimia mágica de cine industrial, ciencia ficción y una sátira de su época. Una tríada compuesta por Robocop, Total Recall (basada en una novela de Philip K. Dick) y Starship Troopers. Tres películas que indefectiblemente entrarán en nuestro canon y a las que nos iremos acercando a medida que la situación lo permita.

Verhoeven se burla de su época incorporando elementos contemporáneos en sus filmes, llevándolos hacia la sátira y desenmascarando así los mecanismos de la máquina deseante pero sólo para aquellos que se acerquen con una mirada atenta. Basta ver el rol que cumplen los ficticios programas de televisión y los avisos publicitarios. Para el resto de los mortales pueden fungir como meros elementos decorativos, mas no como píldoras que esconden la visión del autor sobre el tema satirizado.

Tal es así que, en nuestro mundo contemporáneo de cultura cibernética, algunos fragmentos de la genial Starship Troopers son utilizados ya no como elementos de sátira belicista sino, por el contrario, como justificaciones de la violencia bélica. Pero no sólo eso, sino que aquellos que señalan la incongruencia son burlados a través de un conjunto de memes. Aunque esto puede abrir otro debate en torno a las intenciones del autor y la recepción de la obra; en especial una especie de revisionismo sobre el canon fílmico dónde El Club de la Pelea, Psicópata Americano o Star Wars son releídas en clave reaccionaria, donde Tyler Durden o Darth Vader son en realidad los héroes de la saga.

Quienes defienden la relectura reaccionaria –quienes comandan la operación, no los que meramente la siguen– se burlan de aquellos que sólo se apegan a las supuestas intenciones del autor y defienden su interpretación heterodoxa no como una mala lectura sino como una relectura política de la cuestión. En ese sentido, justificar el accionar del ejército humano de Starship Troopers es en definitiva una justificación política de la maquinaria de guerra occidental en contra del enemigo "externo" que en esta época es representado por el inmigrante árabe/islámico.

Pero no hace falta profundizar tanto en las disputas hermenéuticas de los gordos cultura pop para entender la compleja doble naturaleza de la crítica a la época, hecha desde sus propios dispositivos de poder, como puede ser una producción de Hollywood que queda capturada en la lógica de su propio éxito.

Es lo que precisamente sucedió con Robocop, si la memoria no me falla. Tanto la película como yo nacimos en 1987. Recuerdo de forma vívida que durante mi infancia Robocop era una franquicia más, como G.I. Joe, Rambo, Terminator o Los Cazafantasmas. Es decir, además de las películas, también tenía su propia serie animada, sus videojuegos y su línea de juguetes. Un tipo de cultura prefabricada y corporativa que es objeto de sátira dentro de la película original.

Si bien con el éxito inusitado de la primera entrega siguieron dos más y la inevitable bastardización del concepto original, la primera película sigue siendo un monumento cinematográfico de eso que podemos llamar sci-fi. Que, como dice Isaac Asimov, es una especie de versión edulcorada y comercialmente aceptable de la ciencia ficción dura. Star Wars es sci-fi, Crónicas Marcianas es Ciencia Ficción.

Robocop nos cuenta la historia del Oficial Murphy, un policía de la conflictiva ciudad de Detroit cuya personalidad y habilidades corresponden al arquetipo del Paladín. Es un hombre de la ley, buen padre y obediente, símbolo de todo lo que representa la masculinidad heterosexual protestante. Es ni más ni menos que un WASP (White American Anglo-Saxon Protestant) pero que no es sólo un policía, sino un Agente del Orden. En la tradición cinematográfica norteamericana, esa figura clásica está encarnada ni más ni menos que por el Sheriff. El sheriff no es sólo un policía, no es sólo un pistolero con placa –aunque en definitiva sea sólo un pistolero con placa– sino que es el encargado de restituir la paz, el orden y por lo tanto el progreso, en pueblos azotados por las bandas criminales de forajidos fuera de la ley.

Que es, precisamente, la situación en la que se encuentra la Detroit que le toca patrullar a Murphy: una ciudad totalmente detonada en muchos niveles. Económica, social y moralmente quebrada, con la criminalidad por las nubes y fungiendo de índice de malestar general. Cada día mueren una decena de policías al servicio del deber. Para morigerar los efectos de la crisis, la súper corporación OCP (Omni Consumer Products) se hace cargo del manejo de la policía. Quién ejecuta la jugada es el vicepresidente de la OCP: Dick Jones, el segundo de la empresa. Busca implementar una solución tecnocrática: el robot ED-209 de grado militar para aniquilar a los criminales. Y, de paso, usar a Detroit como campo de pruebas, con el objetivo de vender al ED-209 como equipamiento militar probado "en combate".

Pero el plan de pacificación mediante una lluvia de plomo automatizada es parte del plan de la OCP para transformar Detroit en una nueva ciudad: Delta City. El proyecto en sí mismo es tan grande y generaría tantos puestos de trabajo que la OCP tiene el suficiente poder como para ponerse por encima del Estado de derecho. O sea, digamos, una especie de utopía tecno-oligárquica que funciona como un reflejo de la ideología del momento, encarnada en los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan.

Pero, como dijo Tusam, puede fallar. El robot de Dick Jones revienta a un ejecutivo de la empresa en plena prueba y los planes tecnocráticos pasan a un cuarto intermedio. Es ahí que otro joven gerente ambicioso encuentra un hueco para lanzar el programa Robocop, apalancado en el fracaso de su rival interno en la compañía. El programa Robocop es una versión menos ambiciosa del maximalismo tecnócrata de Jones, más rápido de ejecutar, más flexible e incluso menos burocrático dentro de una rígida estructura administrativa, tal como se presenta la corporación OCP. Sangre joven y ambiciosa apalancada en el fracaso de la burocracia ejecutiva de la generación anterior, buscando el amor y el favor del presidente de la compañía a quien llaman, sencillamente, "el viejo".

Hay una serpiente en mi bota

Murphy se come un traslado a la comisaría más peligrosa de Detroit. La comisaría es un hervidero. Muere un policía por día. Todos están al borde de quebrarse y de meter una huelga contra la OCP. Lo único que los mantiene en fila es la autoridad del comisario, que exclama: "Los policías no hacemos paro, no somos plomeros". La zona es azotada por una banda narcocriminal que revienta todo lo que toca. Más rápido de lo que quisiéramos, el pobre Murphy cae en una emboscada en una fábrica abandonada (otra marca de época), donde es descuartizado a balazos. La imagen del fusilamiento con mutilación incluída es imborrable. Así muerto como está, se lo lleva el grupo de jóvenes tecnócratas de la OCP. Y cuando vuelve a despertar es un cyborg. Otra vez el monstruo de Frankenstein, pero con computadoras. Como dice el tagline insuperable de la película: mitad humano, mitad máquina, todo policía.

La puesta en marcha es un éxito. Robocop sale de patrullaje y Lewis, su antigua compañera, reconoce dos gestos del caído en el deber: cómo gira la pistola en los dedos antes de enfundarla –como un cowboy, pero dentro de su pierna mecánica– y cómo salen chispas cuando saca el patrullero del estacionamiento a toda velocidad. Hay un resto humano debajo de la máquina.

Robocop está programado para obedecer cuatro directivas: servir al bien público, proteger al inocente, defender la ley y una cuarta que permanece clasificada por cuestiones de guion, pero que básicamente es el núcleo del conflicto ético de la película: cualquier intento de detención a un jerárquico de la OCP implica apagado automático. De esta forma, la OCP se garantiza el control total sobre su producto y se pone por encima de la ley.

Todo lo que queda después es peripecia: Robocop demostrando sus habilidades casi perfectas para detectar el crimen, analizar datos, combatir a los criminales y ponerlos bajo arresto. Pero algo no termina de cerrar. Robocop aún tiene pesadillas alimentadas con las memorias de su propia muerte y recuerdos idílicos de su pasado humano: su mujer y su hijo. Utilizando los diferentes recursos a su disposición, intentará develar la trama detrás de su crimen. Que, al final, es bastante sencilla. Dick Jones es socio de Clarence Boddicker, el capo de la banda que lo pasó a valores. Así Jones juega a dos puntas en el clásico tropo de vender el problema para poder vender la solución. Sin ningún tipo de escrúpulo o restricción moral, Boddicker elimina a la competencia interna de la OCP, financia su banda a través del narcotráfico y obtiene del propio Jones armamento de guerra para liquidar a Robocop, que le pisa los talones.

La tensión dramática llega a su punto cúlmine cuando Murphy, algo cascoteado pero en plena conciencia de quiénes son sus enemigos, liquida a la narco banda en la fundición abandonada y revela los planes de Jones al viejo de la OCP, que lo despide permitiendo que Robocop le aplique una buena cantidad de plomo. Así, finalmente, el sheriff Murphy restituye (al menos por ahora) el orden en el viejo y querido Detroit.

La ley, la venganza y la memoria

Más allá de la búsqueda de restitución del orden del Sheriff Murphy, Robocop tiene un par de lecturas posibles. En primer lugar, no hay que dejar de mencionar la maestría con la cual Verhoeven desarrolla un cine de acción basado en la violencia corporal. Cualquiera que vuelva a ver la película hoy se va a encontrar con un festival de mutilaciones, balazos y explosiones corporales imposibles de borrar. La escena casi del final, donde uno de los delincuentes se baña en ácido hasta derretirse por completo para luego ser embestido por un patrullero y ver los jugos humanos tapar el parabrisas, es en sí misma una obra maestra. Y encima dejó este meme. El tono de Robocop está indefectiblemente atravesado por la violencia explícita.

En segundo lugar, la tensión permanente entre venganza y justicia. A medida que Robocop va reconstruyendo la memoria de sí mismo, la parte humana entra en conflicto con la parte máquina y las reglas de intervención. Sin embargo el propio Robocop, aún pese a haber sido asesinado por una manga de forajidos, en todo momento termina actuando acorde a derecho. Se ajusta a la noción de ser un servidor público y es en ese resquicio capaz de ajustarse a la moralidad. Es una versión diferente al ED-209 porque tiene capacidad de hacer juicios morales sin resignar efectividad. A medida que la violencia recrudece, la connivencia entre la OCP y la banda de rufianes se hace evidente y Robocop también sube la capacidad de fuego. Sobre el final ya no busca poner a sus enemigos frente a un jurado sino sencillamente aniquilarlos. Es que, inevitablemente, un buen cowboy tiene que solucionar los problemas a los tiros. Por eso el modelo Colt más famoso se llama "Peacemaker".

En tercer lugar, la trama de la corporación omnipresente intentado quedarse con cada parte de la vida de la ciudad. Dick Jones es de alguna forma una anticipación de lo que años más tarde sería Dick Cheney, un segundo al poder con más poder que el propio presidente de la compañía que weaponiza/instrumenta a los elementos más marginales de una sociedad para instalar soluciones de corte tecnocrático con contratos militares millonarios a largo plazo. Si realmente pensamos en todo el caso Irán-Contras, como mencionamos más arriba: Estados Unidos vendió armas de forma ilegal a Irán y con ese dinero más varias maniobras relacionadas con el narcotráfico financió a los "contras", grupos paramilitares de Nicaragua que luchaban contra el gobierno socialista de los Sandinistas. Todos los tropos del caso –financiamiento ilegal de grupos armados, venta de armas y narcotráfico– forman parte del paisaje corroído de la Detroit posindustrial donde Robocop debe actuar como garante del orden.

Y en cuarto lugar cabe destacar la utilización de la televisión dentro de la diégesis de la película, como una forma de meta comentario autoral respecto de ese mundo creado. En primer lugar, las explicaciones acerca de la ola de inseguridad de Delta City se dan a través de noticieros que rotan publicidades de todo tipo de la OCP, dueña de los canales y los productos que vende. A la vez, casi todos los personajes de la película miran el mismo programa de comedia tipo Olmedo o Rompeportones: un viejo verde rodeado de mujeres tipo vedettes. Todos se ríen. Los policías, los ladrones, los civiles. La OCP funciona como metáfora tanto del complejo militar industrial como de la cultura heterogénea industrial propiciada por el entretenimiento audiovisual. Corriente en la cual Robocop se insertaría, pero en el mundo real. Oh, la ironía.

Todas las pantallas, y las propias grabaciones de video que hace Robocop a partir de su visión cyborg, tienen un rol significativo. Cuando Murphy vuelve a su casa la encuentra vacía y en venta. Un tótem con una televisión emite un mensaje automatizado de venta como si fuera una mezcla entre los ahora existentes tótems de seguridad de Prosegur y un agente de Remax. Las escenas de la casa tienen un aura onírica peculiar, dado que los recuerdos de Robocop parecen fundirse también con sus memorias de video. Así, el video juega ese doble rol de memoria creada o recuerdo vívido fundiendo la realidad, la memoria y el deseo. Las escenas de recuerdos se vuelven algo liminales. Memorias procesadas en PAL/NTSC que prefiguran toda la estética retrowave que inundó YouTube en las postrimerías de la pandemia.

Por último, Murphy no solo logra cumplir su misión cabal de restituir el orden en la jodida ciudad de Detroit sino que finalmente logra sintetizar las dos naturalezas que ahora lo componen: la máquina ( y el producto de la OCP) y el resto de humanidad que lo constituyó como tal. En el último cuadro de la película Robocop responde a la pregunta de cómo se llama con el nombre de "Murphy" haciendo así explícita la síntesis de ambas naturalezas. Por un lado, la naturaleza humana, su moralidad de paladín y el amor a su familia. Por el otro, la máquina de hacer justicia con precisión quirúrgica. Es ahí que finalmente lo cyborg se hace presente como fundamentalmente híbrido.

Por todo esto es que Robocop asciende sin ningún tipo de discusión a su condición de clásico y nos enorgullece introducirla al Canon.