A los 17, estaba tratando de encontrar una personalidad. Ya había terminado el secundario y quería ser parte de algo. Por muchas razones, una porción de mi ADN era muy nerd y la otra era de raro, por lo cual el acercamiento a las tribus urbanas era inminente. Buscando dónde pertenecer, un día vi mi reflejo: pantalón corto cargo verde, buzo canguro negro, mochila gigante y gorra roja. ¿En qué momento me convertí en una Tortuga Ninja?, fue mi pregunta al verme. Ese día empecé a pensar mucho en lo que soy y lo que quiero ser, y pensándome también me di cuenta de cómo fui influenciado a volverme este mutante que intenta ser un adulto responsable pero también sigue preso de una infancia que se resiste a soltar.
La Tortugamanía de los '90 tuvo un impacto gigante en la generación millennial, creando un ejército de fieles que al día de hoy, y habiendo pasado los 40 años, siguen rindiendo culto a las Tortugas Ninja Mutantes Adolescentes. Pero para entender este fenómeno –que además de setear personalidades también cambió el consumo de la cultura– y cómo nos afectó, tenemos que arrancar por el principio. Y el principio fue un fanzine.

Tortugas, ninjas, mutantes y adolescentes
Una noche de 1984, Kevin Eastman dibujó boludeando una tortuga con unos nunchakus y un antifaz. A su amigo y socio Peter Laird le pareció gracioso y creó otras tres con diferentes armas. El chiste pasó a ser experimento y comenzó a tener sentido para ellos, y decidieron profundizar con una nueva lógica: tomar los elementos de los cómics violentos y oscuros de la época, como Daredevil y Ronin, ambos de Frank Miller, y sumarlos a estos personajes absurdos. Hicieron una primera tirada de 3000 fanzines en blanco y negro que agotaron muy rápido. Eso alimentó la demanda entre comiqueros, que se iban pasando la data de lo que habían leído. Esta "versión 1" de las Tortugas Ninja estaba pensada para lectores adultos, no solo por su contenido sino también porque su distribución y presentación eran bastante under.
Recién en 1987 nacerían Las Tortugas Ninja que todos conocemos, a través de la serie animada para televisión. Esta transformación se dio gracias al agente de licencias Mark Freedman, quien se topó con el cómic y vio un potencial comercial enorme en el mundo de los juguetes. Eran los años dorados de las figuras de acción, tras el éxito de He-Man, Transformers y G.I. Joe.
Pero no se podía vender a esas Tortugas violentas y melancólicas a los niños, por lo cual tuvieron que hacer unos cuantos cambios. Freedman le vendió la idea a la empresa de juguetes Playmates, hasta entonces no muy popular, pero le dijeron que para poder vender los juguetes necesitaban una serie animada de TV. En el proceso de hacer esa serie, las Tortugas Ninja dejaron la oscuridad del cómic y comenzaron a mutar en algo diferente, más colorido y naif.
1ª temporada de Teenage Mutant Ninja Turtles, la serie de Nickelodeon
Y así llegaron Leonardo, Raphael, Michelangelo y Donatello, las tortugas que conocemos y tenemos en nuestra imaginación. Los cambios no solo pasaron por el diseño: las tortugas pasaron a ser "más adolescentes", más divertidas, y cada una tenía una personalidad marcada, cual boy band. Y como dice la canción: "Leonardo es el líder, Donatello crea máquinas, Raphael es genial pero rudo, y Michelangelo es el fiestero". Arquetipos que podías encontrar en cualquier escuela o grupo de amigos; era fácil elegir una tortuga por lo que eras o querías ser. Contestar cuál era tu tortuga favorita implicaba una prueba de identidad que exponía mucho de vos. Es más, deberíamos seguir preguntándolo.
A partir de ese momento, las Tortugas Ninja no dejaron de estar en la cultura pop. La serie animada duró 10 años y después le siguió otra y otra y otra. La avanzada tortuguil tampoco paró en los cómics y las figuras de acción, y hasta tuvimos varias películas nuevas. Post-2000, la franquicia se posicionó y ganó una popularidad a la altura de grandes obras nerds como Star Wars o Transformers.

La Tortugamanía de los años '90
Hay mucho escrito sobre por qué fueron un éxito, pero yo tengo mis teorías. Dibujitos había muchísimos, pero nada parecido a Las Tortugas Ninja, sobre todo por sus protagonistas. El concepto de unas tortugas que fueran ninjas era súper absurdo, y que fueran mutantes las hacía además parias de la sociedad. Pero a diferencia de los llorones X-Men –es un chiste, los quiero mucho–, generalmente estaban de buen humor, jodiendo y comiendo pizza. Esa actitud de hermandad adolescente fue vital para que nos encariñemos.
Además la producción alrededor de la franquicia estuvo angelada y logró resultados muy buenos con productos de calidad en TV, videojuegos, juguetes, cine, cómics y más. Se volvieron transmedia y en cada formato que pisaron metieron un éxito. Por ejemplo, en videojuegos, Konami hizo uno de los mejores beat 'em up para arcade y consolas –que seguimos jugando–, que sirvió como blueprint de muchos otros, incluyendo Teenage Mutant Ninja Turtles: Shredder's Revenge, de 2022, que es un juegazo.
No fue solo una linda línea de juguetes o dibujitos: la mayoría de sus productos eran buenos y eso le daba un sello de calidad constante a la franquicia. Pero no hay que infravalorar el aspecto Ninja de las Tortugas. El fenómeno Shinobi estaba muy de moda en Estados Unidos y se reflejaba en muchas producciones de cine, juegos y cómics sobre el tema. Los ninjas habían entrado al club de los gustos adquiridos de los infantes, junto a los dinosaurios, piratas y cowboys.
Luego de la despedida de los actores de doblaje, tras el fin de la serie se transmitió el tráiler de Evangelion
El mundo tuvo su fiebre de Tortugas y cada país tuvo sus propias experiencias. Me gusta contar cómo las Tortugas entran al mundo de la lucha libre en México como inspiración para los personajes de los luchadores: hubo como cuatro equipos diferentes de Tortugas, siendo los Tortuguillos Karatekas mis favoritos. En Japón, las Tortugas tuvieron su propio anime pero también se pasaban las series americanas; y mi anécdota favorita de las Tortugas en Japón es que cuando terminó el anime su reemplazo en ese mismo canal y horario fue Evangelion, lo que debe haber sido el final de la infancia para muchos fanáticos de las Tortugas al pasar de las aventuras en las alcantarillas al tercer impacto.
En Argentina tuvimos de todo. El avance tortuguil fue sin tregua. Desde el programa de televisión El Show de las Tortugas Ninja, donde se pasaban los dibujitos pero que contaba con un animador (Juan Gabriel Altavista) y con marionetas que no tenían nada que ver, hasta la primera porno parodia del cine, con las Tortugas Pinja de Víctor Maytland.
Y, obviamente, los muñecos distribuidos por J. Sulc S.A., la J es de Juan, una empresa nacional que era fabricante y distribuidora de juguetes, con licencias como RoboCop o James Bond Jr. Pero los originales argentinos se mezclaban con la cantidad de juguetes truchos que llegaron, como las Turtles Fighters o directamente una tortuga clon en una bolsa sin nombre. Así, durante los primeros años de los '90, encontrabas a las Tortugas Ninja en todos lados. Pocos dibujos para chicos fueron tan populares en nuestro país.
Yo, Tortuga
La transformación de niño a tortuga ninja no fue casual en mi caso. Las Tortu fueron mi primer fanatismo: si Raphael decía que tenía que matar al presidente, lo iba a intentar porque la devoción era absoluta. Tuve mi cumpleaños de Tortugas Ninja, mis cubre cordones, el disco en vinilo, los muñecos, y mi papá hasta me compró una estrella ninja de verdad, generando un conflicto familiar frente a mi madre, que le reclamaba por qué le había comprado "un arma a Juanma". Todo esto pasó muy de chico, fueron mis primeras historietas, mis recuerdos de ir al cine, los cartuchos de Sega traídos de Brasil. Y fue antes de conocer muchas cosas que seguirían marcando mi vida. Tal vez fui especializándolo y accediendo a obras para más grandes, pero nunca solté mi gusto por lo nerd. Y las Tortugas me acompañaron, porque cuando descubrí su cómic original ya era adolescente y fue un revival de algo que amé de chico, pero con un tono más adecuado a lo que me gustaba en ese momento.

Había algo en los cuatro protagonistas que los hacía despreocupados y cool: andaban en skate, comían pizza, miraban pelis y seguramente fumaban porro. En sus aventuras siempre había alguna referencia al punk, al metal o al hip hop. Bueno, me parece que se dan cuenta por dónde voy. Hay un arquetipo de gordo nerd al que pertenezco y del que, en mi afán de no querer ser uno más, muchas veces reniego. Pero es notorio. Este perfil de nerd lo conocés: coleccionista, más de 100 kilos, barba, anteojos y gorra, tatuajes, pantalón cargo y mochila gigante. Somos clones de esas Tortugas hasta en aspecto, y nuestros gustos son los de ellos –con la pizza incluida–. ¿Y por qué no querría ser una tortuga? Si eran unas copadas.
Y acá es donde suelo entrar en cortocircuito. Por un lado, creo que esta adolescencia eterna que estamos pasando no es del todo mala, porque nos permite disfrutar y tener una libertad que nuestros viejos o abuelos no pudieron tener. Para algunos también es un lugar seguro. Y es un camino que yo vinculo con el arte, el diseño y el placer de hacer cosas, lo que me da energía para escribir esta nota, por ejemplo.
Pero entiendo, al mismo tiempo, que estamos en un momento extraño donde la cultura se infantilizó muchísimo y, entre eso y los algoritmos que definen audiencias sobre las obras que ahora llamamos "contenido", todo nos da por resultado mierda o nostalgia. Disfrutar del pasado es genial, pero quedarse a vivir ahí nos quema el cerebro y no nos deja conocer cosas nuevas. Lo difícil es que esta infantilización fue weaponizada por las industrias y hoy estamos bastante esclavos de esta lógica. La infantilización es total, porque atraviesa la cultura del entretenimiento y también nos toca en cómo nos vestimos o lo que comemos.

Hoy la Tortuga en mí sigue viva, aunque no esté ni tan fan ni tan coleccionista. Soy de los snobs que disfrutan de encontrar cosas raras, y hoy Las Tortu son el mainstream o la punta del iceberg. Recomiendo seguir bajando y ver qué hay. Pensarse y entender el impacto de nuestros gustos en nosotros es importante para saber lo que queremos ser.
Yo quería ser Raphael y, si lo pienso un poco, todavía tengo ese sueño.